Foto de Pablo Maestro, de nuestro viaje a Londres |
Decidió encender un
cigarrillo. Era como un pequeño ritual cuando se sentaba a tomar un café en
aquellos tiempos en que todavía era posible fumar en los bares. Miró hacia la
calle, sin fijarse en nada en concreto, el ir y venir de los transeúntes la
relajaba, el bullicio parecía lejano, como si no fuera con ella. Sólo cuando
algún nuevo cliente abría la puerta del café, el jaleo invadía el local e
interrumpía sus pensamientos.
A su espalda, escuchaba a una pareja hablar en
español. Se giró sólo un segundo, no entendía una palabra de lo que decían,
pero parecían felices, en un rincón, consultando un mapa y decidiendo entre
caricias cuál sería su próxima parada en aquel día de turismo maratoniano.
“Llega 20 minutos
tarde”, pensó, empezando a impacientarse. Leo tenía esa maldita costumbre,
siempre se retrasaba y eso la sacaba de quicio. Miró el reloj de la pared, leyó
todas las variedades de café por cuarta vez, manoseó la llave que llevaba en su
bolsillo, … Por fin, la puerta se abrió, levantó la cabeza y allí estaba él,
guitarra en mano, pidiendo perdón con la mirada. No podía enfadarse, ni
siquiera hacerle un pequeño reproche, aquel chico siempre conseguía arrancarle
una sonrisa. Estaba más guapo que nunca, se había hecho algo en el pelo y llevaba
puesta la camisa que le había regalado.
No lo había citado
allí por casualidad. Tenía algo importante que decirle y quería que fuera en
esa pequeña cafetería de Charing Cross Road donde se encontraron por primera
vez. “¿Te gustaría venirte a vivir conmigo?” Sacó la llave del bolsillo y la
puso sobre la mesa. Los ojos de Leo se abrieron más que nunca, llenos de
ilusión. Se levantó, la abrazó tan fuerte que apenas podía respirar… esta vez,
la espera había merecido la pena.
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