viernes, 17 de agosto de 2012

Caffé Nero

Foto de Pablo Maestro, de nuestro viaje a Londres

  Decidió encender un cigarrillo. Era como un pequeño ritual cuando se sentaba a tomar un café en aquellos tiempos en que todavía era posible fumar en los bares. Miró hacia la calle, sin fijarse en nada en concreto, el ir y venir de los transeúntes la relajaba, el bullicio parecía lejano, como si no fuera con ella. Sólo cuando algún nuevo cliente abría la puerta del café, el jaleo invadía el local e interrumpía sus pensamientos. 

  A su espalda, escuchaba a una pareja hablar en español. Se giró sólo un segundo, no entendía una palabra de lo que decían, pero parecían felices, en un rincón, consultando un mapa y decidiendo entre caricias cuál sería su próxima parada en aquel día de turismo maratoniano.

  “Llega 20 minutos tarde”, pensó, empezando a impacientarse. Leo tenía esa maldita costumbre, siempre se retrasaba y eso la sacaba de quicio. Miró el reloj de la pared, leyó todas las variedades de café por cuarta vez, manoseó la llave que llevaba en su bolsillo, … Por fin, la puerta se abrió, levantó la cabeza y allí estaba él, guitarra en mano, pidiendo perdón con la mirada. No podía enfadarse, ni siquiera hacerle un pequeño reproche, aquel chico siempre conseguía arrancarle una sonrisa. Estaba más guapo que nunca, se había hecho algo en el pelo y llevaba puesta la camisa que le había regalado. 

  No lo había citado allí por casualidad. Tenía algo importante que decirle y quería que fuera en esa pequeña cafetería de Charing Cross Road donde se encontraron por primera vez. “¿Te gustaría venirte a vivir conmigo?” Sacó la llave del bolsillo y la puso sobre la mesa. Los ojos de Leo se abrieron más que nunca, llenos de ilusión. Se levantó, la abrazó tan fuerte que apenas podía respirar… esta vez, la espera había merecido la pena.



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