miércoles, 27 de febrero de 2013

Diario de guerra V: Burgo de Osma



Día 10 de octubre de 1938.- Tras casi un día entero de viaje, llegamos a Burgo de Osma. Ante un edificio de grande extensión enclavado en la orilla derecha de la carretera nos detuvimos. En un rótulo que había sobre una de las grandes portadas de acceso se leía “Seminario conciliar”. La llegada a este lugar destinado a campo de concentración nos alegró en parte ya que nos suponíamos que sería el final de nuestro largo viaje y podríamos descansar.

Día 11.- Antes del desayuno, da la orden el sargento por conducto del señor cura, que ostentaba la graduación de alférez, de que teníamos que confesar todos, absolutamente todos. En una de las habitaciones se puso el señor capellán e íbamos pasando uno a uno.
Aquel mismo día también dieron orden de pelarnos a todos. Fuimos pelados al cero mondo.

Día 20.- En la báscula del almacén del suministro me peso: 59 y ½ kilos.

Día 28.- Hago unas suelas de trozos de saco para hacerme unas alpargatas, cosiendo las suelas con pedazos de alambre que encontré.
En los ratos que no teníamos algún servicio lo dedicábamos a hacer algo útil: unos hacían recinchos para alpargatas, otros petacas de papel de barba para el tabaco, otros se remendaban la ropa y la lavaban, se espulgaban o hacían el pegado de botones, otros con una cuchilla de afeitar tallaban en dos pedacitos de madera cualquier adorno con sus iniciales, para hacer un estuche para el papel de fumar, otros con algunas tablas se dedicaban a hacerse una maleta.
Yo también hice otro día un dominó de unos pedazos de ladrillo blanco. Por las noches jugábamos cuatro paisanos sobre una maleta que nos servía de mesa y cuyas sillas eran el suelo o la cama que era de paja.

Día 1 de enero de 1939.- En la hora que estoy de imaginaria veo de vez en cuando que alguno que otro se levanta entre sueños y se pone a buscar entre la manta al bicho que le está molestando. Las pulgas abundan y han hecho un pacto comercial y de no agresión con los piojos.

Día 15.- Domingo. Tenemos que asistir a misa. Por la tarde se juega un partido de futbol en el patio entre los empleados de la cocina y los de oficina y asistentes de los jefes del campo de concentración. Ganan los cocineros 6 a 2.

Día 28 de febrero.- Por la tarde no nos llevan a trabajar. Lo hacemos fiesta porque se entrega Madrid. Al medio día nos dan rancho extraordinario.

Días 29 y 30.- Dicen que se entrega el total de España. Entre todos hay júbilo ya que así creemos que nos darán la libertad y volveremos a casa.

Día 2 de abril.- En el periódico de ayer venía el último parte de guerra que dice “La guerra ha terminado”.

Día 1 de mayo.- Nos dan la ropa, consistente en cazadora, pantalón caqui, dos camisas y un gorro redondo con una T pintada en negro.

Día 29.- Hacen fiesta aquí en el cortijo en la ermita al Cristo de los Olmedillos. Se celebra un gran baile, pues vienen cuatro o cinco músicos de Soria y nosotros también bailamos aunque la gente nos mira con extrañeza así como si no fuéramos personas tan buenas como podían ser ellos.


Día 9 de julio.- Nos viene la libertad a Diego, Hellín, al “boina”, al Largo y a mí. Reina gran júbilo ya que pronto iremos a nuestras casas.

Día 10.- Al fin se convertía nuestro sueño en realidad al ver que abandonábamos la estación de Soria, al mismo tiempo que nuestros pensamientos se posaban sobre nuestras lejanas “patrias chicas” y en particular en nuestros padres, a los que tanto tiempo hacía que no veíamos. A los pocos minutos el tren tomaba su veloz marcha y de vez en cuando un silbido nos recordaba que avanzábamos hacia nuestra querida tierra.

sábado, 16 de febrero de 2013

Maravillas




Su disfraz estaba preparado, perfectamente planchado y  colgado de una percha. Este año sorprendería a todos, no cabía la menor duda. 

Mara descolgó el traje, se vistió en un abrir y cerrar de ojos y cubrió su cara con el antifaz. Era hora de marcharse. Salió a la calle, un frío invernal se le metió en los huesos. Se abrochó el abrigo hasta la nariz y emprendió su camino hacia la fiesta. Le sorprendió no cruzarse con nadie en una noche como aquella, sábado de carnaval, ni un coche, ni un peatón, absolutamente nadie. Estaba muy oscuro, un escalofrío recorrió su cuerpo, pero  siguió con paso ligero su camino. En ese momento, algo llamó su atención. Era la Casa Medrano, un edificio abandonado desde hacía años que destacaba por su sobrecargada fachada. Era una construcción antigua y estaba muy descuidada, pero se percibía que en otra época había sido majestuosa. Quedaba justo a su izquierda, no le agradaba pasar por delante de ella, incluso a veces sobre todo por las noches, se cruzaba de acera. A pesar de llevar años deshabitada, Mara vio luz en una de sus ventanas. ¿Cómo es posible?, se preguntó, mirando hacia la primera planta desde detrás de su antifaz. Aquella casa le ponía los pelos de punta, se oían todo tipo de terroríficas historias sobre ella y sus habitantes y, aunque era consciente de que probablemente todas ellas eran inventadas por mentes sagaces, no podía evitar la sensación de angustia que le provocaba.

Su mirada permaneció fija en la ventana. De repente, la tenue luz incrementó su intensidad. La curiosidad iba en aumento, aunque el miedo y probablemente el frío, paralizaban sus extremidades. En un segundo de valentía, o quizá de locura absoluta, Mara cambió el rumbo de sus pasos y se dirigió hacia la casa. La puerta se encontraba abierta, como invitándola a entrar. Gruñó un poco al empujarla, como en las mejores películas de terror, y entró a la recepción. Sin moverse del sitio, echó un vistazo a su alrededor, puertas a derecha e izquierda daban acceso al salón y otras estancias; justo enfrente, una majestuosa escalera invitaba a acceder a la primera planta. 

Sin pensarlo dos veces, porque si hubiera recapacitado por un segundo habría salido corriendo de allí, subió la escalera. Más o menos a la mitad, encontró tres o cuatro peldaños rotos, tuvo que dar una gran zancada para salvar el peligro. Siguió subiendo, empezaba a percibir la luz, que se colaba por la rendija de una puerta a medio abrir. Llegó al primer piso, sus pasos sigilosos la acercaron a la habitación de donde provenía aquella luz. Empujó la puerta con sumo cuidado, muy despacio, vio una lámpara encendida sobre una mesa, suntuosa, de otra época. Terminó de abrir la puerta, la habitación estaba vacía, a excepción de la mesa y la lámpara… y un sillón, en un rincón, pegado a la ventana. Mara se fue acercando despacio, sin hacer ruido, le pareció oír algo. En ese momento, se dio cuenta de que había alguien sentado en el sillón. Una mano descansaba en el reposabrazos. Mara se dio media vuelta, quería salir de allí. De pronto, una risa histriónica rompió el absoluto silencio de la casa. 

-          Maravillas, llevo tanto tiempo esperándote… - una voz grave y profunda se dirigió a ella, los temblores la tenían paralizada.- No tengas miedo, disfruta de la fiesta.- 

Las luces de la habitación se encendieron de repente, varias personas salieron de los armarios, otras entraron por la puerta. El hombre del sillón se puso de pie, llevaba una máscara blanca inmaculada, unos enormes ojos verdes, como aceitunas, se adivinaban a través de los agujeros. 

-          ¿Quién ha sorprendido a quién, Maravillas?