sábado, 30 de agosto de 2014

El armario





Escuché un ruido y me escondí en el armario. Era la primera vez que me metía allí. Aunque yo soy menuda, apenas alcanzo el metro y medio de estatura, nunca se me habría ocurrido pensar que en aquel ropero podría caber una persona, pero así era. Me hice hueco entre los abrigos y me acomodé todo lo que pude, dadas las circunstancias. No tenía intención de abandonar mi escondite hasta que no estuviera segura de que en la casa no había nadie más.

Cerré los ojos y me concentré en escuchar. No se oía ni el más mínimo sonido, ni un grifo gotear ni el motor de un coche procedente de la calle. Nada. ¿Me lo habría imaginado? Imposible. Apreté los ojos con fuerza y contuve la respiración. ¡Una risa histriónica rompió el silencio súbitamente! Los vellos de todo mi cuerpo se levantaron como los de un erizo. ¿Qué o quién podía emitir un chillido tan terrorífico? Me recordó a una de esas películas de terror que te quitan el sueño durante varias noches. Traté de tranquilizarme. Si había alguien allí, no quería atraer su atención ni por un segundo. Estaba helada, aunque notaba el sudor, frío, en las axilas. Doblé las piernas y me las apreté contra el pecho.

Creo que perdí la noción del tiempo porque los dedos de los pies empezaban a quedarse dormidos. Ya llevaba un rato sin escuchar absolutamente nada y comenzaba a barajar la posibilidad de salir de mi escondite de madera. Estiré mi brazo derecho y empujé suavemente la puerta del armario. Asomé la cabeza y miré a derecha e izquierda. Nada. Me incorporé no sin dificultad, un cosquilleo molesto recorría mis pies al tiempo que iba recuperando la sensibilidad. Estaba fuera. Y allí no parecía haber nadie más que yo.

Salí de la habitación y recorrí el pasillo despacio, sigilosa. ¡Otra vez aquella insufrible risa! Me agaché y rodeé mi cabeza con los brazos, como si así fuese capaz de esconderme en medio del pasillo. No podía hacer otra cosa que seguir avanzando. Las piernas aun temblorosas me llevaron hasta la entrada de la casa. Volví a escuchar aquel sonido, por fin descubrí que provenía del rellano, al otro lado de la puerta de entrada. En aquel momento no fui consciente, pero desinflé totalmente los pulmones con un interminable suspiro de alivio.

Me armé de valor, llegada a ese punto pudo más la curiosidad que el miedo, y abrí la puerta despacio. Miré hacia todos los lados, allí no había nadie. Saqué un poco el cuerpo y alargué el brazo hasta tocar el interruptor que daba la luz en la escalera. A mis pies, una cabeza de payaso de tamaño gigante volvía a emitir la risa malévola que me había hecho pasar el peor rato de mi vida. Misterio resuelto... o no. ¿Quién la habría puesto allí?