lunes, 28 de enero de 2013

Último acto


Viernes. Un día normal y corriente. Blanca era la primera en llegar, como de costumbre. Llevaba años trabajando en el teatro Escarlata como taquillera y era la encargada de abrir sus puertas cada día. Daba unas cuantas luces, encendía la calefacción y se metía en su pequeño cubículo para empezar con la venta de entradas.

Aquel día escuchó voces en la entrada y salió rápidamente al vestíbulo. Recordó en ese momento las palabras de Rosa, su jefa, que siempre le insistía en que cerrara la puerta cuando estuviera sola por si alguien se colaba en el teatro.

Un hombre con aspecto desaliñado estaba plantado en medio del vestíbulo. Parecía desorientado, como si no supiera cómo había llegado hasta allí.
-         Buenas tardes, caballero, ¿quería algo? – Blanca le habló un poco alejada, no se atrevía a acercarse demasiado.
-         Ssssí… Quiero hablar con Juan Grissss… - dijo el señor mientras se giraba hacia ella y dejaba al descubierto una botella de vino barato que sujetaba con su mano derecha.
-         Señor, lo siento mucho, pero está cerrado. Le pido que se marche.
-         ¡Noooo! Quiero hablar con Juan Gris, ssssé que trabaja aquíí… - el señor estaba bastante bebido, Blanca temía que se pusiera agresivo.
-         Lo siento, caballero, pero aquí no trabaja ningún Juan Gris. Le ruego que se vaya o tendré que llamar a la policía – Blanca se tocó el bolsillo de la chaqueta para asegurarse de que llevaba su teléfono encima.
-         Sssseñorita, quiero ver a Juan Gris y no me iré a ningún sitio hasta que llegue.

Blanca sacó su teléfono del bolsillo y marcó el 091. El extraño se puso nervioso.

-         Essstá bien, ssseñorita, me voy, lo esperaré ahí fuera sentado en ese banco - El individuo se dio la vuelta y zarandeándose consiguió salir a la calle. Blanca respiró aliviada y corrió hacia la puerta para echar el cerrojo. Observó al borracho, que en su camino hacia el banco se distrajo con unos viandantes y los siguió hasta que Blanca lo perdió de vista cuando giró la esquina.

Unos minutos más tarde, llegó su jefa y poco después aparecieron algunos de los actores que intervenían en la función de la noche. Blanca tuvo que narrar varias veces su pequeña aventura de la tarde. -Insistía e insistía en hablar con Juan Gris, imaginaos. Menudo loco-. Blanca incluso se reía al recordar la anécdota.

El resto de la velada transcurrió con total normalidad. La función fue todo un éxito. Se preveía un lleno para todo el fin de semana.


Sábado. Blanca llegó como de costumbre la primera. Levantó la persiana, recogió el periódico del suelo, cerró la puerta y pasó hasta el cuadro de luces para poner en marcha el teatro. La tarde estuvo movidita, lo habitual para un sábado. Eran las 8 pasadas cuando comenzaron a preocuparse. Nacho, el actor principal, llegaba inusualmente tarde. Le llamaron a su móvil varias veces, pero no hubo respuesta. Algunos de sus colegas comentaron que la noche anterior había estado un poco callado, quizá estaba enfermo. Violeta, otra de las actrices, se acercó a su casa que no estaba muy lejos de allí, pero volvió a los pocos minutos sin noticia alguna.
Momentos antes del comienzo de la función, la directora del teatro tomó la decisión de suspender la actuación de aquella noche.

Domingo. Blanca se despertó temprano, había sesión matinal. Llegó al teatro, levantó la persiana, recogió el periódico del suelo y…. su cara se volvió pálida. En la portada del periódico, una foto a toda página de Nacho.







(Pequeño relato con el que he participado en el taller de Literautas de este mes)

domingo, 20 de enero de 2013

Diario de guerra IV: Miranda de Ebro



Cosa de unos 500 metros distaba el campo de prisioneros de la estación. Como el paso era bastante rápido no tardamos más que unos cuantos minutos en llegar a Miranda de Ebro. En la puerta del mismo hacían guardia dos o tres soldados.
Momentos después nos llevaron al almacén y nos dieron a cada uno de nosotros  manta, cuchara y plato. Seguidamente nos tomaron la nueva filiación. Terminados estos datos nos dijeron que buscásemos alojamiento en cualquier barracón de los que había en el campo. Juntos íbamos Diego Requena, Luciano Martínez y yo. Recorrimos los diferentes barracones, todos estaban totalmente llenos y no encontrábamos sitio. En uno de los barracones sin terminar y sobre unos tableros establecimos nuestro aposento y dormitorio.

Poco después tocaron la corneta para la cena. Cogimos el plato y la cuchara y fuimos a formar cola. Ya estaban repartiendo el rancho. Nos llegó el turno y así que lo cogimos nos lo comimos con bastante apetito y además que estaba bastante bueno pues eran patatas cocidas con alguna grasa y callo. En cuanto nos lo engullimos nos fuimos al barracón. No había luz eléctrica porque como ya digo estaban terminándolo de construir, tan solo había una lámpara improvisada con un bote, una mecha y un poco de aceite. Tendimos las mantas en el suelo sobre un tablero y bastante incómodos pasamos la noche.

A la mañana siguiente, a las 6 se oyó el toque de diana. Rápidamente nos levantamos pues los que llevaban en este campo más tiempo nos dijeron que teníamos que darnos prisa a salir a formar al exterior pues los cabos de vara vendrían enseguida dando algunos palos a los que se rezagaban.
Inmediatamente salimos y formamos en una de las colas que se empezaban a formar. Aquello parecía un inmenso hormiguero saliendo de sus respectivos agujeros, aquí en este caso, barracones. Por espacio de un cuarto de hora o veinte minutos estuvieron saliendo y formándose las 12 o 14 interminables colas. Estábamos aproximadamente en este campo de concentración de Miranda de Ebro unos 5000 o 6000 prisioneros.

Ya formadas las colas los cabos de vara contaban al personal, a la vez que nos daban una onza de chocolate a cada uno, siendo éste el desayuno, con algún pan si había uno dejado de la cena de la noche anterior.
Próximo a la cocina se veía una pequeña cola, de unos 20 o 25 prisioneros a los cuales les repartían de una sola y humeante caldera, no pudiéndose meter en aquella cola nadie más. Aquellos eran todos los que formaban la sección de pelado de patatas para todos los prisioneros del campo. Éstos estaban pelando patatas todo el día en sesión continua y por lo tanto les daban más ración de guisado que a los demás y formaban para comer a parte.
Más a la derecha y a la orilla del río estaban los retretes y urinarios. Había que adentrarse por una pasarela de madera que llegaba hasta bien dentro del río, sosteniendo la pasarela y los retretes unas vigas de madera clavadas en el río.
En días aquellos que llovía bastante se ponía aquel paso barroso y escurridizo y según me contaron unos días antes de llegar nosotros se resbaló uno de los prisioneros y cayó al agua. No había allí mucha profundidad, pero hacía remanso y las aguas estaban como es de suponer bastante sucias, pero no le ocurrió nada grave ya que enseguida lo sacaron con una cuerda.
Todas las mañanas y por las tardes formábamos para nombrar a los que salían destinados a los diferentes batallones de trabajadores. El día 9 de octubre de 1938, domingo, me nombran a mi y a todos los que llegamos del campo de Estella. Nos llevaron una caldera de comida y después de comer nos dieron macuto nuevo y un par de botas al que las llevaba rotas o zapatillas. Nos dieron además dos chuscos y cinco latas de sardinas para el viaje.
Salimos del campo de concentración de Miranda de Ebro a eso de las 2 de la tarde del día 9 de octubre de 1938 con dirección a la estación de ferrocarril. Sobre las 4 de la tarde montamos en un tren de mercancías alejándonos momentos después con dirección desconocida.



lunes, 7 de enero de 2013

Diario de guerra III: En el fragor de la batalla



El viaje de Sierra Trapera a Liria duró tres días y tres noches. Aquella misma noche ya todos descansamos y a eso de las 12 nos dieron la orden de partida. En unos camiones partimos de Liria y llegamos al siguiente día al pueblo de Andilla. Este pueblo es de los últimos de la provincia de Valencia, y en él permanecimos dos días bajo las sombras de los grandes árboles de sus puertas.

El día 15 por la tarde a eso de las 4 partimos para el frente que distaba unos 10 kilómetros al otro lado de las montañas que formaban aquel valle tan extenso. Por senderos y atajos, descansando a intervalos, íbamos escalando aquellas altas montañas, llegando a la cumbre a las 12 de la noche. Descansamos por espacio de unas horas y transcurridas estas seguimos la marcha, llegando sobre las 7 de la mañana a muy corta distancia del frente.

Ese día fue el 16 de julio de 1938. Desde aquí se oía ya algún tiro que otro. Cada cual descargó su equipaje y se fue haciendo su refugio individual o colectivo para preservase de la aviación, que según oímos casi todos los días hacía una presentación. Aquel día fue para nuestra brigada de completa tranquilidad, pero al siguiente día, o sea, el 17, ya se fueron colocando las compañías del cuarto batallón en los puntos y trincheras destinadas a la defensa de aquellos terrenos.

Por la tarde al oscurecer, ya tomaron parte en el combate algunas compañías del cuarto batallón en golpes de mano en las trincheras. Casi toda la brigada a la que yo pertenecía, o sea, la 215, estaba integrada por reclutas de los reemplazos del 1940 y 1941, apenas avezados en la lucha. Durante toda la noche hubo golpes de mano de trinchera a trinchera.

El 18 por la mañana vino la aviación del lado de los nacionales para continuar la ofensiva que venían realizando desde días atrás. A una altura de unos 50 metros del suelo y haciendo un círculo con los aviones alcanzaban un radio de acción bastante extenso. Nos bombardeaban incesantemente y  nos ametrallaban mientras que a la vez nos atacaban con las armas de tierra.

Fue aquel día muy castigada nuestra brigada, pero no se retrocedió apenas en aquellos momentos, aunque volvieron a insistir con más ímpetu y atacaron con todas las armas y aviación más baja aún, no se quitaba de encima, siempre ametrallando a ras de suelo. Era dueña y señora del aire. Nosotros allí no teníamos aviación para repeler el ataque.
Entró el desconcierto y se hizo la retirada desastrosa con la aviación siempre encima. Momentos después, las ametralladoras nos alcanzaban y no había más remedio que morir o caer prisionero. Unos cayeron, otros quedaban heridos y algunos, los menos, pudieron escapar con la muerte muy cerca gracias a la suerte. Otros nos refugiamos en la retirada en un corralón medio hundido que sirvió en otros días para guarecerse el ganado. En aquel corral, cuyas paredes eran de piedra, rebotaban las balas que nos perseguían. Allí estábamos unos 12 o 14 de diferentes grupos o compañías. De transmisiones éramos 3 o 4, no llevábamos fusiles. Algunos intentaron huir pero tuvieron que volverse a los cuantos pasos porque las balas les seguían. Dos de aquellos cayeron para siempre. Los demás que vimos aquel cuadro tan triste optamos por quedarnos refugiados en las paredes del corral al abrigo de las balas que seguían rebotando.

Durante todo el día tiroteaban nuestro refugio. No podía uno asomarse apenas. Un soldado que momentos antes nos dijo que era de la provincia de Ciudad Real ya casado y con dos hijos se asomó al exterior y una bala le dio con tan mala suerte en el corazón, instantáneamente cayó sin sentido al suelo.
Ya se había puesto el sol cuando nos invitaron a rendirnos y que fuésemos con los brazos en alto. A los que llevaban fusiles les dijeron que los dejasen. Estábamos unos 15 o 20. La distancia que había del corral de paredes casi hundidas que nos servía de refugio al lugar desde donde nos dijeron que nos rindiéramos era de unos 200 metros, sobre una pequeña colina que tenían una ametralladora instalada; andamos esa distancia con los brazos en alto. Momentos después, éramos prisioneros.