martes, 25 de marzo de 2014

El pequeño boy scout



Descansaba sentada en un banco cercano al estanque, con la única compañía de un periódico. Sentía la obligación de llevarlo consigo, aunque no pensaba leerlo. Se lo sabía prácticamente de memoria. Sintió un ligero escalofrío y se abrazó el cuerpo con los brazos, estrujando sin querer el periódico contra su pecho. La humedad del ambiente le recordó que el otoño no había hecho más que empezar y aquel hermoso parterre a su espalda tenía los días contados.
Un niño interrumpió su soledad. Pasó distraído por el camino de tierra a pocos metros del banco y, sin previo aviso, sin preguntar siquiera, se sentó a su lado. Vestía ropa de boy scout. Llevaba pantalón corto a pesar de que ya empezaba a refrescar y unas grandes gafas de pasta, demasiado grandes para él, le resbalaban continuamente por la nariz.
— Hola. ¿Es usted doctora? —le preguntó fijándose en la bata blanca, inmaculada, que vestía.
— Sí, bueno… —el chico la miraba con interés, pero ella dudó antes de continuar. No le apetecía dar explicaciones y menos a un niño al que no conocía de nada—. ¿Vives por aquí cerca?—María se abrochó los botones de la bata e hizo ademán de levantarse.
  No lo sé —le contestó el niño.

María empezó a sentirse un poco incómoda. Sabía que aquel pequeño boy scout no iba a hacerle daño, pero había algo extraño en él que la desconcertaba.

— ¿Cómo que no lo sabes? ¿Estás solo? Habrás venido con tus amigos, o con tus padres. Seguro que están por aquí cerca —. María, ya de pie, miró a su alrededor. En algún lugar de aquel parque debía haber alguien buscando a ese niño.
— Se parece mucho a alguien que conozco. ¿No tendrá una hermana mayor? — le preguntó el niño, mientras se ponía de pie también. Si María daba un paso para separarse de aquel banco, el chico daba un paso en dirección a ella.
— No, no tengo hermanas. Dicen que todo el mundo tiene un doble en alguna parte... Verás, no quiero dejarte aquí solo, pero tengo que irme. Vamos a buscar a tus padres antes de que sea más tarde. Seguro que estarán preocupados… —María cogió la mano del chico y comenzó a andar por el camino de tierra. Le incomodaba un poco su manera de mirarla y quería irse de allí, pero le daba pena dejarlo solo. Sus padres se llevarían un buen susto cuando se dieran cuenta de que se había perdido.
  No pueden estar preocupados. Mis padres están muertos—, le dijo el chico, dirigiendo su mirada al suelo. María se quedó helada—. Mi padre murió cuando yo era pequeño. Mi madre, hace unos días, en el hospital… —le contó con un hilo de voz.

El niño se subió las gafas por enésima vez y unos pequeños ojos pardos la miraron a través de ellas. Se llamaba Marcos, llevaba su nombre bordado en la solapa de su camisa. “¿Marcos? Terrible casualidad”, pensó.

— Marcos, sé que estás muy triste y que no te sientes bien. Dime dónde vives y te acompañaré. No te preocupes, en un ratito estarás en casa, con tu familia.
— Mi mamá tuvo un accidente con el coche. La llevaron corriendo al hospital…
— Marcos, ¿cómo se llama tu mamá? —, apretaba con fuerza el periódico entre sus brazos. No podía creer que aquel niño fuera su hijo...
  Flora. Mi mamá se llamaba Flora.

María sintió vértigo, un dolor tremendo cruzó su estómago. Flora… Flora… el nombre que daba vueltas y vueltas en su cabeza… aquella chica que murió en sus brazos en el hospital hacía unos días… Flora fue su última paciente. No había reunido todavía las fuerzas para volver… y no sabía si llegaría a conseguirlo.
— ¡Marcos! ¡Maaaarcos! —, una voz masculina la devolvió a aquel parque.
Un hombre no mucho mayor que ella hacía señas al niño a lo lejos. El boy scout le estiró de la bata, obligándole a agacharse hasta su altura, y le susurró al oído:
— No se preocupe, María. No fue culpa suya.
María observó al niño alejarse, preguntándose cómo habría llegado hasta ella. Al fondo, tras una espesa arboleda, asomaba la azotea del hospital. Echó un último vistazo al coche destrozado en la portada del periódico… Era hora de volver al trabajo.

lunes, 17 de marzo de 2014

¡Dame eso!



   ¡Dame eso!—, me gritó Sofía, lanzándose a por el sobre que acababa de sacar del buzón—. ¡Es mío! ¡Dámelo ahora mismo!—. Desde que se carteaba con ese chico, mi hermana estaba insoportable, no la reconocía. Si aquello era el amor, yo no quería enamorarme nunca.

En plena batalla campal, nuestro padre abrió la puerta de casa. 

   ¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué sonríes, Olga?—mi hermana no conseguía su carta y yo no podía evitar disfrutar al verla, histérica. Además, hacía un viento terrible y sus mechones rubios volaban sin control hacia todos lados, dando a mi hermana una apariencia todavía más alocada.
   Olga, por favor, dale a tu hermana la dichosa carta y dejad de hacer ruido. Vuestra madre intenta descansar...

Hice caso a mi padre, no quería disgustarlo. Sofía corrió hacia el piso de arriba y se encerró en el cuarto de baño. Odiaba que la interrumpiésemos cuando leía sus cartas de amor.
Yo corrí detrás de ella, pero no llegué a tiempo de entrar. Me dio con la puerta en las narices. Me senté apoyando la espalda en la puerta a esperar a mi hermana, tenía todo el tiempo del mundo.
Unos instantes después, sentí un murmullo, un leve llanto, un dolor que intentaba ser contenido. 

   Sofi, ¿qué pasa?—, susurré con la cara pegada al picaporte. No quería que me oyera mi padre—. Sofi, te oigo llorar. Abre la puerta.

Casi me doy de bruces en los azulejos del baño cuando mi hermana soltó el pestillo. Ella era tan madura, o al menos lo parecía, a veces incluso distante, que me sorprendió verla deshecha, con una mirada inocente envuelta en lágrimas, preguntándose qué había hecho mal para que su mayor sueño se esfumara así, en cuestión de segundos, en unas pocas palabras escritas a mano en un papel.

Abracé a mi hermana mayor y ella se dejó abrazar. Me convencí de nuevo de algo que ya tenía muy claro: si aquello era el amor, no quería enamorarme nunca.

domingo, 9 de marzo de 2014

Elefante de terciopelo





Una de esas rocas llamó poderosamente mi atención: tenía forma de elefante. Me aproximé a la orilla pero, entonces, comenzó a moverse. La piedra de curiosa forma era un elefante de verdad, uno pequeño, no más alto que yo. Bebía agua con su trompa, ajeno a mi presencia. En ese instante, me percaté de que no era el único, varios elefantes, jóvenes y adultos, se bañaban en el lago. Pensé que debía estar en algún lugar de… África?

El elefantito se sumergió en el lago, pero me sorprendió al hacer caso omiso a los suyos y acercarse a la orilla opuesta, donde yo me encontraba. Me pregunté si se dejaría tocar... Lentamente, acerqué mi mano. Parecía inofensivo, pero no quería asustarlo. Toqué su cabeza... y se dejó. Le acaricié con suavidad y el elefante salió despacio del agua.

Di unos pasos hacia atrás, porque no quería que me mojara, pero sorprendentemente en unos segundos estaba seco. Se acercó a mí de nuevo y con su cabezota buscó mi mano, para que le tocara. Se sentó a mi lado. Le gustaban mis arrumacos y quería más. Yo me senté también y seguí acariciándolo. Era gris, tenía el pelo muy corto y tremendamente suave, como el terciopelo. Le pasé la mano por la trompa, la parte inferior era blanca, y tenía un tacto diferente, parecía de goma. El animal pasaba su pata por encima de mis piernas, impidiendo que me fuera a ningún sitio, pero sin hacerme daño. Y así seguimos un buen rato…


… Y esto es lo que he soñado hoy.