miércoles, 25 de septiembre de 2013

Un golpe de suerte



Abrió la puerta de la tienda haciendo sonar la pequeña campanilla de latón que colgaba del techo. Miró por encima de su hombro y comprobó que nadie le seguía. Cerró la puerta con dificultad. El fuerte viento se empeñaba en entrar tras él en aquella vieja tienda de antigüedades. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la escasez de luz de la estancia. Echó un vistazo a su alrededor, la tienda estaba repleta de artilugios y tesoros de todo tipo, pero no había ni un solo cliente.

El anciano se acercó despacio al mostrador. A su edad, le costaba andar y arrastraba ligeramente los pies al hacerlo. Se quitó el sombrero dejando al descubierto una calva reluciente y saludó educadamente al anticuario.

   Buenos días — dijo el extraño con un marcado acento extranjero—. Tengo algo que quizá podría interesarle—. Sin dar tiempo a su interlocutor a contestar, desabrochó su chaqueta de tweed y discretamente sacó un puñado de sobres ajados y amarillentos del bolsillo interior. El anticuario desató el cordel que los rodeaba y observó minuciosamente aquellas cartas del siglo pasado.
   Reconozco que es un material muy interesante... Muy interesante… Si dispone de más cosas como ésta, estaría dispuesto a pagarle una buena suma.
   Sí, es posible. Puedo volver en unos días si lo prefiere — el anciano apenas podía disimular su nerviosismo.

Tras un breve tira y afloja, llegaron a un acuerdo en cuanto al precio de las cartas y se citaron para un nuevo encuentro unos días después. A la salida del local, el viejo se percató de la presencia de una niña que, sentada en un rincón de la tienda, dibujaba entretenida en un cuaderno. Habría jurado que no había nadie más allí cuando entró. Estaba perdiendo facultades.

Al cabo de un rato, la campanilla de la entrada tintineó de nuevo con energía.

   ¡Hola, Baltasar! ¡Hola, cariño! — Javier llegaba a tiempo a recoger a su hija. Rara vez lo hacía, ya que el ajetreo de la comisaría le obligaba a salir siempre muy tarde del trabajo. — ¿Qué tienes ahí, pequeña? — la niña enseñaba orgullosa y emocionada a su abuelo un dibujo que, según parecía, acababa de terminar.
   Esta chiquilla va a ser artista. Fíjate en el retrato que acaba de hacer del último cliente de la tarde. Es una maravilla.

Javier contempló aquel boceto con atención: un anciano de cara redonda, pequeños ojos azules, calvo, pelo blanco en las sienes, … le resultó tremendamente familiar. Trató de hacer memoria. Esas redondas gafillas metálicas... ¡No podía creerlo! ¿Sería realmente él?

   ¿Y qué quería este señor? ¿Venía a comprar alguna antigüedad? —, le preguntó a su suegro, tratando de disimular su excitación.
   No, qué va. Ha traído estas cartas. Son de la II Guerra Mundial…

No era necesario seguir escuchando. El hombre que había visitado esa tarde la tienda de Baltasar era Otto Hünde, el capitán Otto Hünde. Se trataba de un oficial alemán de las SS, huido desde hacía años y buscado por las autoridades de todo el mundo desde entonces. Precisamente esa tarde habían recibido unas fotografías suyas en la comisaría, ya que había sospechas de que se encontraba por la zona.

Javier dobló cuidadosamente el retrato y lo guardó en su bolsillo mientras marcaba en su teléfono móvil el número del comisario.

   Comisario, no se va a creer lo que tengo que contarle…




Hace un año participé con este relato en la primera edición del taller de escritura de Literautas y ahora ha sido incluído en el primer libro recopilatorio del taller. Puedes descargarlo aquí (gratis, por supuesto) y disfrutar de un montón de relatos geniales de gente aficionada a la lectura y escritura. Muchísimas gracias a Literautas por trabajar duro en un proyecto como éste.
Y gracias a mi Maestrillo, que de él surgió la idea de este relato y de muchos otros. Qué haría yo sin ti... 

Puedes descargarlo aquí


 

viernes, 13 de septiembre de 2013

Ruta por el río Borosa




El pasado fin de semana hicimos una escapada a la sierra de Cazorla, precioso lugar donde perderse unos días y al alcance de cualquiera. A mi me parece un paraje encantador y me trae bonitos recuerdos de la infancia, porque mis padres nos llevaban muchas veces allí a pasar los fines de semana y disfrutar de la naturaleza.

Una de las excursiones de las que más había oído hablar era la ruta por el río Borosa que, ascendiendo por la montaña, llega hasta la laguna de Valdeazores. En aquella época, nunca llegamos a hacerla… supongo que mis padres pensaron que éramos muy pequeños para hacer tantos kilómetros… y no se equivocaban.

El domingo amaneció un buen día, ligeramente nublado y sin intención de hacer demasiado calor, así que nos aventuramos a hacerla. Con las barrigas llenas y los pies descansados, iniciamos con ánimo nuestra excursión. Para llegar al punto de partida, hay que llegar al Centro de Interpretación Torre del Vinagre, donde se encuentra el museo y centro de visitantes de la zona, en pleno corazón de la sierra de Cazorla. La carreterila que sale justo enfrente es la que nos lleva directamente al parking de la piscifactoría. Aparcamos nuestro coche, cogemos nuestras mochilas e iniciamos la marcha.



 
Cerrada de Elías
Alcanzamos la cerrada de Elías en una hora escasa. Hay unos 5 kilómetros y se llega a ella a través de una pista forestal de tierra y piedrecillas. Más adelante enlaza con un sendero que recorre ambas orillas del río, cruzándolo de vez en cuando por puentes. La cerrada de Elías se contempla desde unas pasarelas colgadas de las rocas, una preciosidad. En mi opinión, éste es uno de los lugares más bonitos que visitar en la zona y, además, la dificultad es mínima, no requiere ningún tipo de preparación física. Es una excursión para todos los públicos. Yo la habré hecho un millón de veces y no me canso de visitarla.

Una vez acabadas las pasarelas, se retoma la pista forestal y continúa unos 3.5 kilómetros en un continuo (aunque ligero) ascenso. Así llegamos a la central eléctrica del Salto de los Órganos que queda encajada en la base de la montaña aprovechando la caída del agua del río para generar energía. Un lugar muy pintoresco y buen punto para parar y hacer un pequeño descanso. Hay una fuente para beber y unas higueras enormes que te invitan a sentarte bajo su sombra. A esta altura de la excursión, llevamos un par de horas de paseo y unos 8.5 kilómetros.


Aquí comienza la recta final de la excursión, el ascenso a la montaña. La subida es dura, hay bastante desnivel y ya empiezas a notar el cansancio en las piernas. Pero, a pesar de esto, el paisaje es impresionante y merece muchísimo la pena. Por el camino encontramos cuevas, preciosas cascadas y pozas, un paisaje idílico. Lo malo es que vas tan cansado que no puedes disfrutarlo como a ti te gustaría. Después de varios kilómetros de subida y casi en lo alto de la montaña, llegamos a unos túneles. A través de ellos discurre un canal con agua y a la derecha queda un pequeño sendero con barandilla por donde hay que cruzar. Hay puntos en los que no se ve absolutamente nada, menos mal que íbamos superpreparados con nuestras linternas y no nos faltó luz en ningún momento. 



Una vez superados los túneles y a 1 kilómetro escaso llegamos por fin a nuestro objetivo: la laguna de Aguas Negras. Cruzamos la presa que contiene sus aguas y encontramos una roca en la que descansar y llenar nuestros rugientes estómagos. Un merecido descanso tras 14 kilómetros y 3 horas y media de caminata.

Laguna de Aguas Negras
Allí arriba se respira una paz impresionante. Lo malo es que se ha nublado y hace bastante fresco, por lo que sin mucha dilación, comenzamos el descenso. Tenemos que deshacer el camino andado, nuestro único consuelo es que esta vez es bajando y no hay punto de comparación. Para volver tardamos casi una hora menos, vamos mucha más rápido y hacemos menos paradas, aunque el cansancio está acumulado y los últimos kilómetros se hacen interminables.

Por fin, llegamos al coche. Son prácticamente las 6 de la tarde. Yo casi no puedo ya levantar los pies del suelo. Conducimos hasta Arroyo Frío y nos echamos al cuerpo unas merecidas y fresquitas cervezas para celebrar que nuestro día ha sido todo un éxito. Hemos logrado nuestro objetivo y lo hemos disfrutado, la recuperación ya es otro cantar…




Endomondo Caminando Workout

martes, 3 de septiembre de 2013

El ascensor

- Buenos días.- Buenos días.
- ¿A qué piso van?
- Al 3º.
- Al 11, por favor.


Había llegado el último y casi no cabía un alfiler en aquel ascensor. Su espalda descansaba sobre la botonera, por lo que le había tocado hacer de improvisado botones y pulsar los pisos a los que cada pasajero se dirigía aquella mañana.


- Disculpe, señorita, se le ha caído algo- Era una chica muy mona, vestía un elegante traje de raya diplomática y tacones altos. Era morena, un bucle le cruzaba la frente e iba ligeramente maquillada. Su perfume inundaba el cubículo. Lucas intentó agacharse a recogerlo, pero las estrecheces del atestado elevador le impedían siquiera doblar la espalda.
- No se preocupe, no tiene importancia- le contestó la chica sin mirarlo a los ojos.


Primera parada, planta 2ª, bajan tan solo dos personas. Suben otras tres.
Segunda parada, planta 3ª, se apea una pareja de jóvenes.
Siguiente parada, piso 11. En esta planta bajan la mayoría de los viajeros. Una de las empresas más importantes del edificio se encuentran en este piso.


El ascensor no termina de vaciarse. Lucas empieza a ponerse nervioso. ¿Cuántas pisos tendré que subir hoy? Todos los días la misma historia.


Planta 34. Baja el último pasajero. Las puertas del ascensor se cierran. Lucas pulsa el botón de PARADA.


- Al fin, solos.- Lucas estrecha entre sus brazos a la chica y la besa apasionadamente. - Creía que hoy no podría acercarme a ti, amor mío. Ya no podía esperar más. - Ella lo rodea por el cuello y lo mira con deseo, mientras éll recorre con las manos todo su cuerpo.


Suena un timbre. Alguien llama al ascensor desde la planta 46. El ascensor se pone en marcha, en poco segundos alcanza su objetivo. Se detiene. Las puertas están a punto de abrirse. Se acabó, por hoy se acabó.


- Hasta mañana, mi amor. Que pases un buen día.