Lunes. 6:30 a.m.
¿Sería posible que eso que sonaba y resonaba en su
cabeza fuese ya el despertador? Estaba en una isla, tumbada bajo el sol, su
chico la cogía de la mano y, mientras, con la otra, sujetaba una novela de
Vargas Llosa que leía entusiasmada. De repente, sonaba el despertador y era
lunes. ¿Qué tipo de broma cruel era aquella?
Se levantó con los ojos aun cerrados, se lavó la
cara, se vistió y preparó un té bien caliente para empezar el día. Sonó su
teléfono, cogió el bolso y las llaves y llamó al ascensor. Un toque corto era
la señal de que su compañera la esperaba en el coche.
Se abrochó la cazadora, el otoño acababa de llegar y
seguramente haría fresco. Abrió la puerta del portal y… a sus pies se extendía
una playa paradisiaca, a lo lejos dos tumbonas, un libro, su chico, su isla… Ni
rastro de la calle, ni de su compañera, ni del lunes…
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