Un basajaun es una criatura real, un homínido que mide
unos dos metros y medio de alto, con anchas espaldas, una larga melena y
bastante pelo por todo el cuerpo. Habita en los bosques, de los que forma parte
y en los que actúa como entidad protectora. Según las leyendas, cuidan de que
el equilibrio del bosque se mantenga intacto. Y aunque no se prodiga demasiado,
solía ser amistoso con los humanos. Por la noche, mientras los pastores
dormían, el basajaun vigilaba las ovejas desde la distancia y, si se acercaba
el lobo, despertaba a los pastores con fuertes silbidos que componían todo un
idioma y eran audibles a varios kilómetros de distancia. También solían
avisarlos desde los cerros más altos cuando se aproximaba una tormenta, para
que los pastores tuvieran tiempo de poner el rebaño a salvo en las cuevas
cercanas. Y los pastores se lo agradecían dejando sobre una roca o en la
entrada de una cueva algo de pan, queso, nueces o leche de las mismas ovejas,
ya que el basajaun no come carne.
“El guardián invisible”, de Dolores
Redondo, es el último libro que he leído. Y me ha encantado. Una novela
policiaca enclavada en un escenario de ensueño, el valle del Baztán, que se
convierte en un personaje más de esta historia de asesinatos y entresijos
familiares. Me la he leído en tres ratillos. Igual que me pasó hace unos meses
con “El verano de los juguetes muertos”, de Toni Hill. Supongo que no serán
grandes obras de la literatura, pero son novelas que me gustan, me entretienen
y me enganchan. Me han recordado mucho a la saga de Camilla Lackberg, “La
princesa de hielo”, “Las hijas del frío”, a la que también llevo años
siguiendo.
En esta última, “El guardián invisible”
además se mezclan historias de la mitología, como la supuesta presencia del
basajaun, brujas y belagiles, que le dan un toque mágico a esta historia de
asesinatos sin resolver.
Os la recomiendo, sin duda. Os dejo el enlace a la entrevista que le hicieron hace poco en Página 2 a la escritora.
Ainhoa Elizasu fue la segunda víctima del basajaun,
aunque entonces la prensa todavía no lo llamaba así. Fue un poco más tarde
cuando trascendió que alrededor de los cadáveres aparecían pelos de animal,
restos de piel y rastros dudosamente humanos, unidos a una especie de fúnebre
ceremonia de purificación. Una fuerza maligna, telúrica y ancestral parecía
haber marcado los cuerpos de aquellas casi niñas con la ropa rasgada, el vello
púbico rasurado y las manos dispuestas en actitud virginal.
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