lunes, 7 de enero de 2013

Diario de guerra III: En el fragor de la batalla



El viaje de Sierra Trapera a Liria duró tres días y tres noches. Aquella misma noche ya todos descansamos y a eso de las 12 nos dieron la orden de partida. En unos camiones partimos de Liria y llegamos al siguiente día al pueblo de Andilla. Este pueblo es de los últimos de la provincia de Valencia, y en él permanecimos dos días bajo las sombras de los grandes árboles de sus puertas.

El día 15 por la tarde a eso de las 4 partimos para el frente que distaba unos 10 kilómetros al otro lado de las montañas que formaban aquel valle tan extenso. Por senderos y atajos, descansando a intervalos, íbamos escalando aquellas altas montañas, llegando a la cumbre a las 12 de la noche. Descansamos por espacio de unas horas y transcurridas estas seguimos la marcha, llegando sobre las 7 de la mañana a muy corta distancia del frente.

Ese día fue el 16 de julio de 1938. Desde aquí se oía ya algún tiro que otro. Cada cual descargó su equipaje y se fue haciendo su refugio individual o colectivo para preservase de la aviación, que según oímos casi todos los días hacía una presentación. Aquel día fue para nuestra brigada de completa tranquilidad, pero al siguiente día, o sea, el 17, ya se fueron colocando las compañías del cuarto batallón en los puntos y trincheras destinadas a la defensa de aquellos terrenos.

Por la tarde al oscurecer, ya tomaron parte en el combate algunas compañías del cuarto batallón en golpes de mano en las trincheras. Casi toda la brigada a la que yo pertenecía, o sea, la 215, estaba integrada por reclutas de los reemplazos del 1940 y 1941, apenas avezados en la lucha. Durante toda la noche hubo golpes de mano de trinchera a trinchera.

El 18 por la mañana vino la aviación del lado de los nacionales para continuar la ofensiva que venían realizando desde días atrás. A una altura de unos 50 metros del suelo y haciendo un círculo con los aviones alcanzaban un radio de acción bastante extenso. Nos bombardeaban incesantemente y  nos ametrallaban mientras que a la vez nos atacaban con las armas de tierra.

Fue aquel día muy castigada nuestra brigada, pero no se retrocedió apenas en aquellos momentos, aunque volvieron a insistir con más ímpetu y atacaron con todas las armas y aviación más baja aún, no se quitaba de encima, siempre ametrallando a ras de suelo. Era dueña y señora del aire. Nosotros allí no teníamos aviación para repeler el ataque.
Entró el desconcierto y se hizo la retirada desastrosa con la aviación siempre encima. Momentos después, las ametralladoras nos alcanzaban y no había más remedio que morir o caer prisionero. Unos cayeron, otros quedaban heridos y algunos, los menos, pudieron escapar con la muerte muy cerca gracias a la suerte. Otros nos refugiamos en la retirada en un corralón medio hundido que sirvió en otros días para guarecerse el ganado. En aquel corral, cuyas paredes eran de piedra, rebotaban las balas que nos perseguían. Allí estábamos unos 12 o 14 de diferentes grupos o compañías. De transmisiones éramos 3 o 4, no llevábamos fusiles. Algunos intentaron huir pero tuvieron que volverse a los cuantos pasos porque las balas les seguían. Dos de aquellos cayeron para siempre. Los demás que vimos aquel cuadro tan triste optamos por quedarnos refugiados en las paredes del corral al abrigo de las balas que seguían rebotando.

Durante todo el día tiroteaban nuestro refugio. No podía uno asomarse apenas. Un soldado que momentos antes nos dijo que era de la provincia de Ciudad Real ya casado y con dos hijos se asomó al exterior y una bala le dio con tan mala suerte en el corazón, instantáneamente cayó sin sentido al suelo.
Ya se había puesto el sol cuando nos invitaron a rendirnos y que fuésemos con los brazos en alto. A los que llevaban fusiles les dijeron que los dejasen. Estábamos unos 15 o 20. La distancia que había del corral de paredes casi hundidas que nos servía de refugio al lugar desde donde nos dijeron que nos rindiéramos era de unos 200 metros, sobre una pequeña colina que tenían una ametralladora instalada; andamos esa distancia con los brazos en alto. Momentos después, éramos prisioneros.



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