Cosa de unos 500 metros distaba el campo de
prisioneros de la estación. Como el paso era bastante rápido no tardamos más
que unos cuantos minutos en llegar a Miranda de Ebro. En la puerta del mismo
hacían guardia dos o tres soldados.
Momentos
después nos llevaron al almacén y nos dieron a cada uno de nosotros manta, cuchara y plato. Seguidamente nos tomaron
la nueva filiación. Terminados estos datos nos dijeron que buscásemos
alojamiento en cualquier barracón de los que había en el campo. Juntos íbamos
Diego Requena, Luciano Martínez y yo. Recorrimos los diferentes barracones,
todos estaban totalmente llenos y no encontrábamos sitio. En uno de los
barracones sin terminar y sobre unos tableros establecimos nuestro aposento y
dormitorio.
Poco después tocaron la corneta para la cena.
Cogimos el plato y la cuchara y fuimos a formar cola. Ya estaban repartiendo el
rancho. Nos llegó el turno y así que lo cogimos nos lo comimos con bastante
apetito y además que estaba bastante bueno pues eran patatas cocidas con alguna
grasa y callo. En cuanto nos lo engullimos nos fuimos al barracón. No había luz
eléctrica porque como ya digo estaban terminándolo de construir, tan solo había
una lámpara improvisada con un bote, una mecha y un poco de aceite. Tendimos
las mantas en el suelo sobre un tablero y bastante incómodos pasamos la noche.
A la mañana siguiente, a las 6 se oyó el toque
de diana. Rápidamente nos levantamos pues los que llevaban en este campo más
tiempo nos dijeron que teníamos que darnos prisa a salir a formar al exterior
pues los cabos de vara vendrían enseguida dando algunos palos a los que se
rezagaban.
Inmediatamente
salimos y formamos en una de las colas que se empezaban a formar. Aquello
parecía un inmenso hormiguero saliendo de sus respectivos agujeros, aquí en
este caso, barracones. Por espacio de un cuarto de hora o veinte minutos
estuvieron saliendo y formándose las 12 o 14 interminables colas. Estábamos
aproximadamente en este campo de concentración de Miranda de Ebro unos 5000 o
6000 prisioneros.
Ya formadas las colas los cabos de vara
contaban al personal, a la vez que nos daban una onza de chocolate a cada uno,
siendo éste el desayuno, con algún pan si había uno dejado de la cena de la
noche anterior.
Próximo
a la cocina se veía una pequeña cola, de unos 20 o 25 prisioneros a los cuales
les repartían de una sola y humeante caldera, no pudiéndose meter en aquella
cola nadie más. Aquellos eran todos los que formaban la sección de pelado de
patatas para todos los prisioneros del campo. Éstos estaban pelando patatas
todo el día en sesión continua y por lo tanto les daban más ración de guisado
que a los demás y formaban para comer a parte.
Más a la derecha y a la orilla del río estaban
los retretes y urinarios. Había que adentrarse por una pasarela de madera que
llegaba hasta bien dentro del río, sosteniendo la pasarela y los retretes unas
vigas de madera clavadas en el río.
En
días aquellos que llovía bastante se ponía aquel paso barroso y escurridizo y
según me contaron unos días antes de llegar nosotros se resbaló uno de los
prisioneros y cayó al agua. No había allí mucha profundidad, pero hacía remanso
y las aguas estaban como es de suponer bastante sucias, pero no le ocurrió nada
grave ya que enseguida lo sacaron con una cuerda.
Todas las mañanas y por las tardes formábamos
para nombrar a los que salían destinados a los diferentes batallones de
trabajadores. El día 9 de octubre de 1938, domingo, me nombran a mi y a todos
los que llegamos del campo de Estella. Nos llevaron una caldera de comida y
después de comer nos dieron macuto nuevo y un par de botas al que las llevaba
rotas o zapatillas. Nos dieron además dos chuscos y cinco latas de sardinas
para el viaje.
Salimos
del campo de concentración de Miranda de Ebro a eso de las 2 de la tarde del
día 9 de octubre de 1938 con dirección a la estación de ferrocarril. Sobre las
4 de la tarde montamos en un tren de mercancías alejándonos momentos después
con dirección desconocida.
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