Escuchó una música a lo lejos, era tarde y el sol se ponía en el
horizonte. Su visita al cementerio se había alargado más de la cuenta, el
tiempo pasaba volando en aquel camposanto solitario que invitaba a meditar y
desconectar del bullicio de la ciudad. Se concentró en aquella melodía, dulce,
rebelde, producto del despecho de algún autor desconocido. Miró en todas
direcciones, se levantó del banco donde llevaba sentado ya unas horas, pero no
vio nada, ni a nadie. Le resultaba familiar, se parecía mucho a esa bonita
canción que ella le tarareó al oído tantas veces, en la intimidad. Entonces
recordó que ella ya no estaba allí, el dolor atravesó su pecho como una bestia
clavándole sus poderosas zarpas.
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