domingo, 30 de septiembre de 2012

Un golpe de suerte



Abrió la puerta de la tienda haciendo sonar la pequeña campanilla metálica que colgaba del techo. Miró por encima de su hombro y comprobó que nadie le seguía. Cerró la puerta con dificultad, el fuerte viento se empeñaba en entrar tras él en aquella vieja tienda de antigüedades. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la escasez de luz de la estancia. Echó un vistazo a su alrededor, estaba repleta de artilugios y tesoros de todo tipo, pero no había ni un solo cliente.


El anciano se acercó despacio al mostrador. Se quitó el sombrero dejando al descubierto una calva reluciente y saludó educadamente al anticuario:
“Buenos días”, dijo el extraño con un marcado acento extranjero. “Tengo algo que quizá podría interesarle”.

Sin dar tiempo a su interlocutor a contestar, desabrochó su chaqueta de tweed y discretamente sacó un puñado de sobres ajados y amarillentos del bolsillo interior.
El anticuario desató el cordel que los rodeaba y observó minuciosamente aquellas cartas del siglo pasado. “Reconozco que es un material muy interesante. Si dispone de más cosas como ésta, estaría dispuesto a pagarle una buena suma.”

El anciano apenas podía disimular su nerviosismo. “Sí, es posible. Puedo volver en unos días si lo prefiere”. Llegaron a un acuerdo en cuanto al precio de las cartas y quedaron la semana siguiente para un nuevo encuentro.
A la salida del local, se percató de la presencia de una niña que dibujaba algo en un cuaderno sentada en un rincón. Habría jurado que no había nadie más allí cuando entró. Estaba perdiendo facultades.

Al cabo de un rato, la campanilla de la entrada sonó de nuevo. “Hola, Baltasar! Hola, cariño!!”. Javier llegaba a tiempo a recoger a su hija. Rara vez lo hacía, ya que el ajetreo de la comisaría le obligaba a salir siempre muy tarde del trabajo. “¿Qué tienes ahí, pequeña?”. La niña enseñaba orgullosa y emocionada a su abuelo un dibujo que, según parecía, acababa de terminar.
“Esta chiquilla va a ser artista. Fíjate en el retrato que acaba de dibujar del último cliente de la tarde. Es una maravilla!”

Javier contempló aquel boceto con atención, un anciano de cara redonda, pequeños ojos azules, calvo, pelo blanco en las sienes, … le resultó tremendamente familiar… trató de hacer memoria, esas redondas gafillas metálicas... NO PODÍA CREERLO!!! TENÍA QUE SER ÉL!!!

“¿Y qué quería este señor? ¿Venía a comprar alguna antigüedad?”, le preguntó a su suegro, tratando de disimular su excitación.
“No, qué va. Ha traído estas cartas. Son de la II Guerra Mundial… “

No era necesario seguir escuchando. El hombre que había visitado esa tarde la tienda de Baltasar era Otto Hunsche, un oficial alemán de las SS, huido desde hacía años y buscado por las autoridades de todo el mundo desde entonces.
Precisamente esa tarde habían recibido unas fotografías suyas en la comisaría, ya que había sospechas de que se encontrara por la zona.
Javier dobló cuidadosamente el retrato y lo guardó en su bolsillo mientras marcaba en su teléfono móvil el número del comisario: “Comisario, no se va a creer lo que tengo que contarle…”



(Pequeño relato que escribimos Pablo y yo, con el que hemos participado en un taller de escritura en el blog de Literautas. Partíamos de una escena y un límite de caracteres... y a echarle imaginación)

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