Abrió la puerta de la tienda haciendo sonar la pequeña
campanilla metálica que colgaba del techo. Miró por encima de su hombro y
comprobó que nadie le seguía. Cerró la puerta con dificultad, el fuerte viento
se empeñaba en entrar tras él en aquella vieja tienda de antigüedades. Sus ojos
tardaron unos segundos en acostumbrarse a la escasez de luz de la estancia.
Echó un vistazo a su alrededor, estaba repleta de artilugios y tesoros de todo
tipo, pero no había ni un solo cliente.
El anciano se acercó despacio al mostrador. Se quitó el sombrero dejando al descubierto una calva reluciente y saludó educadamente al anticuario:
“Buenos días”, dijo el extraño con un marcado acento
extranjero. “Tengo algo que quizá podría interesarle”.
Sin dar tiempo a su interlocutor a contestar, desabrochó su
chaqueta de tweed y discretamente sacó un puñado de sobres ajados y amarillentos
del bolsillo interior.
El anticuario desató el cordel que los rodeaba y observó
minuciosamente aquellas cartas del siglo pasado. “Reconozco que es un material
muy interesante. Si dispone de más cosas como ésta, estaría dispuesto a pagarle
una buena suma.”
El anciano apenas podía disimular su nerviosismo. “Sí, es
posible. Puedo volver en unos días si lo prefiere”. Llegaron a un acuerdo en cuanto
al precio de las cartas y quedaron la semana siguiente para un nuevo encuentro.
A la salida del local, se percató de la presencia de una
niña que dibujaba algo en un cuaderno sentada en un rincón. Habría jurado que
no había nadie más allí cuando entró. Estaba perdiendo facultades.
Al cabo de un rato, la campanilla de la entrada sonó de
nuevo. “Hola, Baltasar! Hola, cariño!!”. Javier llegaba a tiempo a recoger a su
hija. Rara vez lo hacía, ya que el ajetreo de la comisaría le obligaba a salir
siempre muy tarde del trabajo. “¿Qué tienes ahí, pequeña?”. La niña enseñaba
orgullosa y emocionada a su abuelo un dibujo que, según parecía, acababa de
terminar.
“Esta chiquilla va a ser artista. Fíjate en el retrato que acaba
de dibujar del último cliente de la tarde. Es una maravilla!”
Javier contempló aquel boceto con atención, un anciano de cara
redonda, pequeños ojos azules, calvo, pelo blanco en las sienes, … le resultó
tremendamente familiar… trató de hacer memoria, esas redondas gafillas
metálicas... NO PODÍA CREERLO!!! TENÍA QUE SER ÉL!!!
“¿Y qué quería este señor? ¿Venía a comprar alguna
antigüedad?”, le preguntó a su suegro, tratando de disimular su excitación.
“No, qué va. Ha traído estas cartas. Son de la II Guerra
Mundial… “
No era necesario seguir escuchando. El hombre que había
visitado esa tarde la tienda de Baltasar era Otto Hunsche, un oficial alemán de
las SS, huido desde hacía años y buscado por las autoridades de todo el mundo
desde entonces.
Precisamente esa tarde habían recibido unas fotografías
suyas en la comisaría, ya que había sospechas de que se encontrara por la zona.
Javier dobló cuidadosamente el retrato y lo guardó en su
bolsillo mientras marcaba en su teléfono móvil el número del comisario: “Comisario,
no se va a creer lo que tengo que contarle…”
(Pequeño relato que escribimos Pablo y yo, con el que hemos participado en un taller de escritura en el blog de Literautas. Partíamos de una escena y un límite de caracteres... y a echarle imaginación)
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