Durante los últimos
días de agosto, se nota cómo los días se hacen más cortos, empieza a anochecer
cada día unos minutos antes… a algunas personas, esto les produce tristeza, les
da pena que acabe el verano. Para mi, no es más que el aviso de que la feria
está a punto de comenzar.
En estos días, no
puedo evitar acordarme de mis abuelos que el día 7 de septiembre nos hacían
levantarnos a mi hermano y a mi a las 6 de la mañana para ir a la calle de la
Feria a poner las sillas para la cabalgata. Y lo que era casi peor, nos
pasábamos todo el día dando paseos por allí para vigilar que nadie nos las
robara. Yo siempre pensaba “¿¿Quién narices nos las va a quitar??” porque
obviamente allí dejábamos sillas de plástico, sillas viejas… además, mi abuelo
las ataba con una cuerda, con tales medidas de seguridad nadie podría
llevárselas.
Para colmo, llegado
el momento de la cabalgata, a nuestro “reservado” venía toda la familia y, por
supuesto, nosotros, los cuidadores de las dichosas sillas, nos teníamos que sentar
en el bordillo o quedarnos de pie para que los mayores pudieran disfrutar de
los mejores asientos :)
También recuerdo la
alegría con la que disfrutábamos del paseo de la feria, eligiendo
escrupulosamente la atracción en la que nos montaríamos ese día, porque antes los
niños sólo podíamos subir a una cosa cada día.
Mi padre nos daba a
mi hermano y a mi 20 monedas de 200
pesetas a cada uno que iba guardando durante todo el año en una hucha. Nos
hacían los ojos chiribitas, no habíamos visto tanto dinero junto en la vida.
Las gastábamos con cuidado, para que no se acabaran antes de tiempo… Dichosos
aquellos años en que pasabas la feria con 4000 peseta. Os imaginais pasar una feria ahora con 24 euros????
Siendo ya más
mayorcica, la idea de la feria cambió. Pasaban ferias enteras sin subir a una
sola atracción o andar por el paseo. Nuestra feria era el Ateneo, la carpa rock
y los arcos de los redondeles y de ahí no salíamos. Cuántas veces veíamos
amanecer sentados en algún banco esperando a que abrieran alguna churrería para
ir a desayunar. Ahora veo el amanecer cuando me levanto para ir a trabajar y me
sonrío desde el coche cuando me cruzo con los chavales, borrachines, abrazados
a algún semáforo o descansando en un confortable portal en el camino de vuelta
a casa.
Me gusta la feria,
a pesar del dolor de pies, de las largas colas para comprarte un bocata a 4
euros para comértelo de pie mientras la gente te empuja, el olor a pis en los
alrededores, … Supongo que será porque he tenido buenos maestros, mis padres,
que creo que este año ya les dan la llave de la feria. No perdonan ni un día,
desde el 7 hasta el 17, salen a darse una vuelta con sus inseparables amigos, Marillanos y el Fontanero, a tomarse unas morcillas y
chorizos en la Nieves, una sidra con miguelitos o una panocha ya volviendo a
casa. Incluso el día que llueve (porque en feria siempre llueve un día) que
todo el mundo aprovecha para descansar, ellos se ponen una rebequica y hacen la visita de rigor.
Ya está aquí,
disfrutemos de la feria!!
A mis padres
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