Durante las
vacaciones, he aprovechado para releer uno de mis libros preferidos, cayó en
mis manos por primera vez hace ya muchos años: El perfume, de Patrick Süskind.
Es una
historia impactante, las descripciones que hace el autor de los escenarios, la
profunda miseria, la suciedad y los olores son muy intensas; pero sobre todo impacta
el protagonista y su capacidad sobrehumana para percibir hasta los olores más imperceptibles.
Para quien no lo haya leído (ni visto la película), la historia cuenta la vida
de Jean Baptiste Grenouille, nacido en el suelo de un mercado, entre tripas y
restos de pescado, y de cómo y porqué se convierte en un asesino.
“… y la combinación de estos
elementos producía un perfume tan rico, tan equilibrado, tan fascinante, que
todo cuanto Grenouille había olido hasta entonces en perfumes, todos los
edificios odoríferos que había creado en su imaginación, se le antojaron de
repente una mera insensatez. Centenares de miles de fragancias parecieron
perder todo su valor ante esta fragancia determinada. Se trataba del principio
supremo, del modelo según el cual debía clasificar todos los demás. Era la
belleza pura.”
En mi cabeza
quedaron grabados algunos de los pasajes de esta historia, su nacimiento, cómo
era capaz de saber qué había comido la vaca de la que procedía la leche que
bebía, el asesinato de su primera víctima, cómo se acerca por primera vez al
taller del perfumista Baldini…
Cuando huelo el aroma del café recién hecho a
primera hora de la mañana, la fragancia del árbol del paraíso en primavera, o
el familiar olor de mi casa cuando por fin abro la puerta después de un largo
viaje, aun me acuerdo de este peculiar personaje, de cómo levanta la cabeza y
mueve la nariz para atrapar los olores, y me sorprendo a mi misma haciendo lo
mismo. Creo que todos llevamos un pequeño Grenouille dentro.
Me suelen gustar los relatos que describen con fuerza los entornos y sentimientos del personaje ( sin llegar al extremo de Ken Follet, que es un cansinaco). :)
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