-¡No te soporto! ¡No te soporto! – Elena vuelve a la
carga, una noche más. -¡Estoy cansada! ¡Siempre las mismas excusas! - Aunque realmente han llegado a ese punto en
que no importa la hora del día, discuten sin parar en cualquier momento.
Doblo la almohada alrededor de mi cabeza intentando amortiguar los gritos
de mi vecina. Me he acostado pronto, estoy hecha polvo y tengo que darme un
buen madrugón mañana. Pero mis vecinos se encargan de recordarme que no estoy
sola en este mundo y que aquello de dormir toda la noche a pierna suelta es
poco menos que una utopía.
-¡Ramón, estoy harta! ¡HARTA! – La verdad es que el
pobre Ramón me da una pena terrible. Elena siempre grita, acusa, amenaza… y a
él apenas se le oye. Se ha convertido para mi en la víctima de esta historia,
aunque probablemente sea más culpable de lo que puede parecer.
¿Cómo es posible convivir con alguien a quien se
supone que quieres y pasarte el día reprochándole todo, hablándole en un tono
con el que yo no hablaría a mi peor enemigo? No entiendo nada. ¿Por qué no se
separan, aunque sea una temporada? A lo mejor lo que necesitan es echarse un
poco de menos para cogerse con más ganas.
Es extraño conocer los problemas más íntimos de dos
completos desconocidos. Preferiría oírlos haciendo el amor, o diciéndose que se
quieren a grito pelado, pero eso creo que hace tiempo que han dejado de
hacerlo.
Me quito la almohada de las orejas. Hoy parece que
van para largo. Elena sigue con su serenata y Ramón aguanta el chaparrón con
estoicismo. Me doy la vuelta, inspiro profundamente. Al final el cansancio
ganará, dejaré de oírlos y dormiré….
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