Escuché un ruido y me escondí en el
armario. Era la primera vez que me metía allí. Aunque yo soy menuda, apenas
alcanzo el metro y medio de estatura, nunca se me habría ocurrido pensar que en
aquel ropero podría caber una persona, pero así era. Me hice hueco entre los
abrigos y me acomodé todo lo que pude, dadas las circunstancias. No tenía
intención de abandonar mi escondite hasta que no estuviera segura de que en la
casa no había nadie más.
Cerré los ojos y me concentré en escuchar.
No se oía ni el más mínimo sonido, ni un grifo gotear ni el motor de un coche
procedente de la calle. Nada. ¿Me lo habría imaginado? Imposible. Apreté los
ojos con fuerza y contuve la respiración. ¡Una risa histriónica rompió el
silencio súbitamente! Los vellos de todo mi cuerpo se levantaron como los de un
erizo. ¿Qué o quién podía emitir un chillido tan terrorífico? Me recordó a una
de esas películas de terror que te quitan el sueño durante varias noches. Traté
de tranquilizarme. Si había alguien allí, no quería atraer su atención ni por
un segundo. Estaba helada, aunque notaba el sudor, frío, en las axilas. Doblé
las piernas y me las apreté contra el pecho.
Creo que perdí la noción del tiempo porque
los dedos de los pies empezaban a quedarse dormidos. Ya llevaba un rato sin
escuchar absolutamente nada y comenzaba a barajar la posibilidad de salir de mi
escondite de madera. Estiré mi brazo derecho y empujé suavemente la puerta del
armario. Asomé la cabeza y miré a derecha e izquierda. Nada. Me incorporé no
sin dificultad, un cosquilleo molesto recorría mis pies al tiempo que iba
recuperando la sensibilidad. Estaba fuera. Y allí no parecía haber nadie más
que yo.
Salí de la habitación y recorrí el pasillo
despacio, sigilosa. ¡Otra vez aquella insufrible risa! Me agaché y rodeé mi
cabeza con los brazos, como si así fuese capaz de esconderme en medio del
pasillo. No podía hacer otra cosa que seguir avanzando. Las piernas aun
temblorosas me llevaron hasta la entrada de la casa. Volví a escuchar aquel
sonido, por fin descubrí que provenía del rellano, al otro lado de la puerta de
entrada. En aquel momento no fui consciente, pero desinflé totalmente los
pulmones con un interminable suspiro de alivio.
Me armé de valor, llegada a ese punto pudo
más la curiosidad que el miedo, y abrí la puerta despacio. Miré hacia todos los
lados, allí no había nadie. Saqué un poco el cuerpo y alargué el brazo hasta
tocar el interruptor que daba la luz en la escalera. A mis pies, una cabeza de
payaso de tamaño gigante volvía a emitir la risa malévola que me había hecho
pasar el peor rato de mi vida. Misterio resuelto... o no. ¿Quién la habría
puesto allí?
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