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El año pasado ya tuve el placer de participar y ser incluída en esta recopilación con el relato Un golpe de suerte. Espero poder seguir aportando mi granito de arena a este proyecto que tanto me gusta y me ayuda a mejorar. Gracias, Literautas.
El taller consiste en un reto mensual en el que los participantes tienen que enviar un texto de 750 palabras (máximo) ciñéndose a las reglas que esa escena propone: puede ser un tema, una frase que obligatoriamente ha de aparecer, o una prohibición (que no haya un sólo adjetivo, por ejemplo). En la siguiente fase, recibes 3 de los textos que han participado y los tienes que comentar, dando tu opinión sobre los puntos fuertes y los aspectos que se pueden mejorar. A final de mes, recibes los comentarios/críticas que otros participantes han hecho sobre tu relato y se publica la recopilación de todos los textos que han participado. Es divertido y, aunque requiere un esfuerzo, el resultado es muy útil y positivo.
Os dejo con el relato:
Entramos en aquel piso de la calle Calvario, lúgubre, vagamente iluminado y
que, además, olía a cerrado. Recorrimos un pasillo angosto, largo, cubierto con
un papel pintado de flores que se despegaba ya por algunas esquinas. Al fin,
llegamos al salón donde nos esperaba la bruja Tecla, una habitación espaciosa
pero tan llena de adornos y ornamentos que apenas quedaba espacio para nada más.
Aunque mi madre la llamaba bruja, yo no entendía muy bien el porqué.
Aquella señora no llevaba sombrero, ni tenía la nariz afilada ni verruga
alguna, como cualquier bruja que se precie. Tampoco había rastro de ninguna
escoba y, probablemente, hacía tiempo que una escoba no había visitado ese
lugar. Era una mujer ya de cierta edad, alta, corpulenta, iba bien vestida y
llevaba su melena oscura recogida en un perfecto y redondo moño. Mi madre me
agarró del brazo con determinación y me acercó hacia la mujer. La bruja se
dirigió a mí.
—
Recuerda, niña: tendrás hijos, cuantos
más, mejor. Y los traerás aquí para que los conozca—. Más que lo que dijo, fue
cómo lo dijo. Me cogió de las manos con firmeza. —No lo olvides. Los traerás
aquí—.Un hondo escalofrío me recorrió de la cabeza hasta el dedo gordo del pie.
Nunca antes había sentido una mirada tan profunda y triste sobre mí y jamás he
vuelto a tener esa sensación de vacío en mi interior.
Durante todos estos años, no volví a hablar con mi madre de aquello. Nunca
surgió… o no me atreví… o quizá pensé que de esa forma acabaría
olvidándolo. Hasta que un día…
—
Cariño, ¿recuerdas a la bruja Tecla? —, me
preguntó mi madre sin venir a cuento. — ¿Recuerdas lo que te dijo el día que te
llevé a conocerla?
—
Sí, lo recuerdo. ¿Pero a qué viene eso
ahora, mamá?—. Mi madre cosía unos pantalones a mi padre y no levantaba la
vista de su labor.
—
Tienes que hacer lo que te dijo. Tienes
que ir a visitarla... y llevar a Laura contigo. Es muy importante—. Las
lágrimas asomaron por encima de sus párpados, aunque se esforzaba por no
llorar.
—
Pero, mamá, ¿a qué viene eso ahora después
de tanto tiempo? ¿Por qué es tan importante? Además, probablemente esa señora
ni siquiera esté viva. Hace treinta años ya era una anciana... — yo intentaba
restarle importancia al asunto y tranquilizar a mi pobre madre, que se alteraba
más y más por momentos.
—
Sí, lo está.
Verás, hija mía… la bruja Tecla… no siempre fue "bruja"—. Mi madre
dejó a un lado el pantalón que cosía y sentó junto a mí, mirándome a los ojos.
— Tecla era una dama adinerada, de buena familia. Hace
años, muchos años, se casó con un caballero, tuvieron varios hijos y fueron
felices durante un tiempo. Pero la mala suerte, o quizás el destino, quiso que,
siendo aún joven, Tecla enfermara. Su marido no cejó en su empeño y la llevo a
visitar a los mejores doctores de la ciudad, pero ninguno consiguió dar con el
remedio a su dolencia.
—
Su
salud empeoraba día tras día, se encontraba débil y sabía que le quedaba poco
tiempo. La desesperación les llevó a contemplar una opción que hasta entonces
habían desechado: acudir a una gitana de la que todo el mundo había oído
hablar. Se decía de ella que podía curar casi cualquier enfermedad, que de
manera sorprendente los enfermos mejoraban tras su visita, pero también se
rumoreaba que el precio a pagar era muy alto.
Fui a interrumpir a mi madre en varias ocasiones,
pero ella estaba tan metida en la narración, que tuve que dejarla continuar.
—
La
gitana aceptó ver a Tecla y sólo hizo falta un primer encuentro para notar su
mejoría. Tecla se sentía bien, el dolor había remitido y hasta su estado de
ánimo había cambiado. Estaba tan feliz que no le importaba lo que tuviera que
pagar a la gitana, estaba dispuesta a entregarle lo que le pidiera. En la
segunda visita, Tecla le mostró sus avances, le habló de lo bien que se
encontraba, de que incluso había podido salir a pasear con su familia. Fue en
ese momento en el que la gitana, con gesto sereno, le explicó lo quería a
cambio: no quería dinero, ni joyas, el precio a pagar era mucho más que eso. Le
impuso una tremenda maldición: si no quería que su descendencia contrajera la
misma enfermedad que ella habría sufrido, tendría que robarles diez años de
vida. El tiempo que les robase sería el mismo que se alargase su propia vida. De
no hacerlo, de no tomar ese tiempo prestado, sus hijos enfermarían y, después
de meses de sufrimiento, morirían.
Yo no atinaba a decir nada. Aquella historia parecía
sacada de un relato infantil, pero la curiosidad me obligaba a seguir
escuchando. Quería saber cómo acababa y qué tenía que ver con mi madre y
conmigo.
—
Tecla
pasó semanas llorando, sin consuelo, preguntándose porqué habría acudido a
visitar a aquella gitana loca. Preferiría haber muerto. Ahora sus hijos
tendrían que sufrir las consecuencias de su egoísmo. Tras darle vueltas y más
vueltas, Tecla llegó a una conclusión, la única posible: asumiría el calvario
de robarle a cada uno de sus descendientes unos años de su tiempo. Evitaría así
que el descabellado encantamiento los enfermase—. Mi madre enjugó sus lágrimas y me apretó con fuerza las manos, como
Tecla había hecho hace años. — Llegadas a este punto, ya imaginarás porqué te
pido que acudas a verla. Tecla es la abuela de la abuela de mi abuela. Y
nosotras, hija mía, somos sus descendientes.
Me quedé perpleja. No podía creerlo, pero
no me atrevía a no hacerlo. La decisión estaba tomada. En aquel momento, decidí visitar a la bruja. ¿Qué otra opción tenía?
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