sábado, 26 de octubre de 2013

Lazos familiares



Decidí visitar a la bruja. ¿Qué otra opción tenía?

Su nombre era Tecla. Un día, hace más de treinta años, mi madre insistió en que la acompañara para conocerla. Y yo, que tan sólo tenía 6 ó 7 años, no pude negarme.

Entramos en aquel piso de la calle Calvario, lúgubre, vagamente iluminado y que, además, olía a cerrado. Recorrimos el pasillo angosto para llegar a un salón, donde nos esperaba la bruja Tecla. Aunque mi madre la llamaba así, yo no entendía muy bien el porqué. Aquella señora no llevaba sombrero, ni tenía la nariz afilada ni verruga alguna, como cualquier bruja que se precie. Tampoco había rastro de ninguna escoba por allí y, probablemente, hacía tiempo que una escoba no había visitado ese lugar. Era una mujer ya de cierta edad, alta, corpulenta, iba bien vestida y llevaba su melena oscura recogida en un moño. Mi madre me agarró del brazo con determinación y me acercó hacia la señora. Más que lo que dijo, fue cómo lo dijo… Sentí sus palabras como cuchillos cortando mi piel.

— Recuerda, niña: tendrás hijos, cuantos más, mejor. Y los traerás aquí para que los conozca. No lo olvides. Los traerás aquí—. Me cogió de las manos y un hondo escalofrío me recorrió desde la cabeza hasta el dedo gordo del pie. Nunca antes había sentido una mirada tan triste sobre mí.

Durante todos estos años, no volví a hablar con mi madre de aquello. Nunca surgió… o no me atreví… o quizá pensé que de esa forma acabaría olvidándolo.  Hasta que un día… 

— Cariño, ¿recuerdas a la bruja Tecla? —, me preguntó mi madre sin venir a cuento. — ¿Recuerdas lo que te dijo el día que te llevé a conocerla? 

— Sí, lo recuerdo. ¿Pero a qué viene eso ahora, mamá?—. Mi madre cosía unos pantalones a mi padre y no levantaba la vista de su labor.

— Tienes que hacer lo que te dijo. Tienes que ir a visitarla... y llevar a Laura contigo. Es muy importante—. Las lágrimas asomaron por encima de sus párpados, aunque se esforzaba por no llorar.

— Pero, mamá, ¿a qué viene eso ahora después de tanto tiempo? ¿Por qué es tan importante? Además, probablemente esa señora ni siquiera esté viva. Hace treinta años ya era vieja... — yo intentaba restarle importancia al asunto y tranquilizar a mi pobre madre, que se alteraba más y más por momentos. 

— Sí, lo está. Verás, hija mía… la bruja Tecla… no siempre fue "bruja"—. Mi madre dejó a un lado el pantalón que cosía y sentó junto a mí, mirándome a los ojos. — Hace años, muchos años, Tecla fue una dama adinerada, de buena familia. Se casó con un caballero de la alta sociedad, tuvieron varios hijos y llevaron una vida feliz durante un tiempo. La mala suerte quiso que enfermara de un mal nunca antes conocido. Su marido la llevó a todos los doctores de la ciudad, sin que ninguno diese con el remedio a sus dolencias. Abocada a una vida de sufrimiento y dolor, acudió desesperada a una hechicera, de la que había oído que hacía milagros. Y efectivamente, la hechicera curó su terrible enfermedad, pero nadie le había advertido de que pagaría un alto precio a cambio. La hechicera le impuso una tremenda maldición: la vida de sus descendientes se reduciría exactamente el mismo tiempo que se prologase la suya. Si no tomaba ese tiempo prestado, sus descendientes heredarían la misma enfermedad que ella había sufrido.

— Pobre mujer… — no atinaba a decir nada más. Quería saber cómo acababa aquella historia y qué tenía yo que ver con ella, así que dejé a mi madre continuar.

 — Tecla pasó días, semanas, llorando sin consuelo. ¿Por qué habría acudido a aquella vieja loca? Pobres de sus hijos, que tendrían que sufrir por su egoísmo… No tuvo más remedio que asumir el calvario de robarle a cada uno de sus descendientes una pizca de tiempo de sus vidas. Así, la suya no se alargaría demasiado, pero evitaría que el descabellado encantamiento los enfermase para siempre—. Mi madre enjugó sus lágrimas y me apretó con fuerza las manos, como Tecla había hecho hacía años. — Llegadas a este punto, ya sabrás porqué te pido que acudas a verla. Tecla es la abuela de la abuela de mi abuela. Y nosotras, hija mía, somos sus descendientes.

No podía creerlo, pero no me atrevía a no hacerlo. En aquel momento, decidí visitar a la bruja. ¿Qué otra opción tenía?


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