domingo, 6 de octubre de 2013

La noche en vela



— Un café corto, por favor —, una dosis de cafeína me vendrá bien, pensé mientras separaba un taburete de la barra para tomar asiento. El camarero dejó los vasos que enjuagaba en el fregadero y se acercó a la cafetera para ponerla en marcha.
— Una noche tranquila, ¿no es así?
— Sí, señor, a estas horas pocos se dejan ver por las calles del barrio.
— ¿Es buena época para plantar guisantes?— dije, sin pararme a pensar.

El camarero arqueó una ceja en un movimiento casi imperceptible. Había captado el mensaje, pensé que me resultaría más difícil. Con discreción, me pasó una nota en un trozo de papel al tiempo que depositaba la taza de café humeante sobre la barra.

— Aquí tiene, caballero, su café—. El joven volvió a su tarea en el fregadero sin levantar la vista hacia mí en ningún momento.

La única pareja que se encontraba en el salón en aquellos momentos estaba discutiendo, en voz baja, intentando no llamar la atención, pero tan enfrascados en sus propios problemas que no parecía que hubieran reparado siquiera en mi presencia. Cogí la nota que el camarero había dejado junto al café, bajé las manos hacia el regazo y desplegué el trozo de papel: "Espere a que nos quedemos solos y pase a la trastienda", ponía.

Noctámbulos, de Edward Hopper
Di un sorbo a mi bebida, disfruté de su amargo sabor durante unos minutos. La pareja no parecía tener ganas de marcharse, no me quedaba más remedio que armarme de paciencia. Un tema de Duke Ellington sonaba por los altavoces. Eché un vistazo a mi alrededor, era la primera vez que entraba a aquel salón y tenía buena pinta. El lugar era tranquilo, estaba bastante limpio, aunque la decoración brillaba por su ausencia.

La discusión de la pareja con la que compartía barra había llegado a su punto más álgido. La señorita levantó su voz a la vez que se ponía la gabardina y salía del local. Su acompañante se apresuró a echar mano de su cartera, dejó un billete de 10 sobre la barra y salió tras los pasos de la chica que había cogido ya buena ventaja.

Sin duda, era el momento. Apuré mi café de un trago y me dirigí hacia la puerta que parecía dar con la zona privada del establecimiento. El camarero siguió con su trabajo, aunque era previsible que aquellos fuesen los últimos clientes de la noche.
Una luz mortecina apenas iluminaba lo que hacía las veces de almacén. Tuve que darme unos segundos para habituar mis ojos a aquella penumbra. Pasé con cuidado entre las cajas de bebidas, paquetes de café y otras muchas provisiones y crucé una cortina oscura. ¿Encontraría allí lo que había ido a buscar?

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