La carcoma se abría paso entre la madera podrida. No parecía el lugar más
acogedor del mundo, pero, pensándolo bien, no les importaba demasiado. Teo y Marta
estaban decididos a disfrutar de unas vacaciones que necesitaban más que nunca.
Aquel, más que un hotel, parecía un castillo. Tenía un toque a la vez mágico y
un poco tétrico, escondido en un bosque de coníferas, apartado de todo.
Entraron en el vestíbulo. La decoración, en otra época, suntuosa, se veía
un poco anticuada ya en el siglo XXI. La llegada de la recepcionista
interrumpió su exhaustivo análisis del lugar.
—Buenas tardes. El señor y la señora Cardona, si no me equivoco—. La pareja
asintió sorprendida. —Es la única reserva que tenemos para hoy. Éste no es un
lugar muy frecuentado por estas fechas—, les informó mientras tomaba sus datos
a mano con perfecta caligrafía.
La señora, ya entrada en la cincuentena, se presentó como Concha Talavera,
propietaria del establecimiento. Con una amplia sonrisa, les explicó todos los
servicios disponibles, les entregó la llave de su habitación y se retiró por
donde había venido.
Ilustración de El Retrato Oval de iPoe |
—Pensarás que estoy loca, pero juraría que la chica del cuadro se ha
movido—, susurró Marta, sin quitar ojo del siniestro retrato.
—Sí, estás loca—, bromeó Teo, restando importancia a las palabras de su
mujer.
Una vez en su habitación, deshicieron el
escaso equipaje y se calzaron sus botas Chirucas dispuestos a aprovechar la
hermosa tarde de invierno. Después de la lluvia de la mañana, a esas horas el
sol empezaba a asomar entre las nubes y un inmenso arco iris nacía en el
horizonte. A la bajada,
de nuevo aquel misterioso cuadro les observaba incesante. “El caso es que… me
resulta familiar”, pensó Teo cuando pasó por delante.
Cruzaron el vestíbulo sin captar la
atención de doña Concha, que a juzgar por el ruido de cacharros, debía estar
enfrascada en sus labores de limpieza. Teo tuvo un presentimiento y se giró
hacia la escalera. Estiró el brazo cortando el paso a su mujer. La joven del
retrato había desaparecido. El marco colgaba de la pared, vacío, aun
balanceándose, carente de protagonista.
Teo y Marta se miraron, parpadearon
incrédulos, dieron un paso atrás. Su primera intención fue la de largarse de
aquel funesto lugar, pero Teo vio un pequeño cartel al lado del cuadro que
hasta el momento había pasado desapercibido. Se acercaron agarrados de la mano,
la tensión de sus cuerpos iba en aumento. El cartel rezaba: "Conchita
Talavera de Olmedilla. 1956-1978".
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Teo cerró la puerta blindada de su
apartamento con dos vueltas de llave. Llegaba demasiado tarde para ser martes.
Le pareció ver luz procedente del dormitorio, aunque era extraño que Marta
estuviera despierta a esas horas. Al final del día, ya no quedaba ni la mitad
de ella. Teo se acercó a la cama, la respiración rítmica de su mujer y el libro
que colgaba entre sus manos confirmaron sus sospechas. Cogió el libro con
sigilo para no despertarla y ojeó la página por la que se había quedado:
"El retrato oval, por Edgar A. Poe.
Era el retrato
de una joven...
El
pintor no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo
borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado…
Al finalizar
su trabajo, palideció intensamente herido por el terror: ¡estaba
muerta!"
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