Abrió la
puerta de la tienda haciendo sonar la pequeña campanilla de latón que colgaba
del techo. Miró por encima de su hombro y comprobó que nadie le seguía. Cerró
la puerta con dificultad. El fuerte viento se empeñaba en entrar tras él en
aquella vieja tienda de antigüedades. Sus ojos tardaron unos segundos en
acostumbrarse a la escasez de luz de la estancia. Echó un vistazo a su
alrededor, la tienda estaba repleta de artilugios y tesoros de todo tipo, pero
no había ni un solo cliente.
El anciano
se acercó despacio al mostrador. A su edad, le costaba andar y arrastraba
ligeramente los pies al hacerlo. Se quitó el sombrero dejando al descubierto
una calva reluciente y saludó educadamente al anticuario.
— Buenos
días — dijo el extraño con un marcado acento extranjero—. Tengo algo que quizá
podría interesarle—. Sin dar tiempo a su interlocutor a contestar, desabrochó
su chaqueta de tweed y discretamente sacó un puñado de sobres ajados y
amarillentos del bolsillo interior. El anticuario desató el cordel que los
rodeaba y observó minuciosamente aquellas cartas del siglo pasado.
— Reconozco
que es un material muy interesante... Muy interesante… Si dispone de más cosas
como ésta, estaría dispuesto a pagarle una buena suma.
— Sí, es
posible. Puedo volver en unos días si lo prefiere — el anciano apenas podía
disimular su nerviosismo.
Tras un
breve tira y afloja, llegaron a un acuerdo en cuanto al precio de las cartas y se
citaron para un nuevo encuentro unos días después. A la salida del local, el viejo
se percató de la presencia de una niña que, sentada en un rincón de la tienda, dibujaba
entretenida en un cuaderno. Habría jurado que no había nadie más allí cuando
entró. Estaba perdiendo facultades.
Al cabo de
un rato, la campanilla de la entrada tintineó de nuevo con energía.
— ¡Hola,
Baltasar! ¡Hola, cariño! — Javier llegaba a tiempo a recoger a su hija. Rara
vez lo hacía, ya que el ajetreo de la comisaría le obligaba a salir siempre muy
tarde del trabajo. — ¿Qué tienes ahí, pequeña? — la niña enseñaba orgullosa y
emocionada a su abuelo un dibujo que, según parecía, acababa de terminar.
— Esta
chiquilla va a ser artista. Fíjate en el retrato que acaba de hacer del último
cliente de la tarde. Es una maravilla.
Javier
contempló aquel boceto con atención: un anciano de cara redonda, pequeños ojos
azules, calvo, pelo blanco en las sienes, … le resultó tremendamente familiar.
Trató de hacer memoria. Esas redondas gafillas metálicas... ¡No podía creerlo! ¿Sería
realmente él?
— ¿Y qué
quería este señor? ¿Venía a comprar alguna antigüedad? —, le preguntó a su
suegro, tratando de disimular su excitación.
— No, qué
va. Ha traído estas cartas. Son de la II Guerra Mundial…
No era
necesario seguir escuchando. El hombre que había visitado esa tarde la tienda
de Baltasar era Otto Hünde, el capitán Otto Hünde. Se trataba de un oficial
alemán de las SS, huido desde hacía años y buscado por las autoridades de todo
el mundo desde entonces. Precisamente esa tarde habían recibido unas
fotografías suyas en la comisaría, ya que había sospechas de que se encontraba
por la zona.
Javier
dobló cuidadosamente el retrato y lo guardó en su bolsillo mientras marcaba en
su teléfono móvil el número del comisario.
— Comisario,
no se va a creer lo que tengo que contarle…
Hace un año participé con este relato en la primera edición del taller de escritura de Literautas y ahora ha sido incluído en el primer libro recopilatorio del taller. Puedes descargarlo aquí (gratis, por supuesto) y disfrutar de un montón de relatos geniales de gente aficionada a la lectura y escritura. Muchísimas gracias a Literautas por trabajar duro en un proyecto como éste.
Y gracias a mi Maestrillo, que de él surgió la idea de este relato y de muchos otros. Qué haría yo sin ti...
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