Era un frío día del mes de diciembre
cuando vinieron a por mi. Él me miró con una profunda tristeza, ella parecía
que tuviera prisa por despedirse y continuar con lo que estaba haciendo. Salí
sin mirar atrás. Me acomodé como pude en el asiento trasero del coche, al lado
de la chica. El chico conducía. Arrancó el vehículo e iniciamos la marcha. A
los pocos minutos, los cristales estaban empañados.
Creo que el trayecto fue corto, aunque a
mi, que hacía tanto tiempo que no viajaba, me pareció una eternidad. Pero por
fin habíamos llegado. Salí del coche y corrí… corrí durante un buen rato por
todas partes, aquello era nuevo para mi. Se parecía a donde yo vivía antes,
había muchos árboles y plantas, una piscina. Una señora salió a recibirme, me
miró un poco asustada. Creo que le di un poco de miedo. Hace ya varios
años de aquello, aunque lo recuerdo bien. Tuve una buena sensación aquel día,
sabía que allí estaría bien. Y ahora sé que estaba en lo cierto, las primeras
impresiones casi siempre son las que valen.
Oigo unas llaves. Me apresuro hacia la
puerta para recibirlos. ¡Claro! Hoy debe ser domingo y vienen a comer. Me
acerco a ella, huele a Vera, me encanta. Ella me devuelve el
saludo acariciándome la cabeza con dulzura. Me acerco a él, se agacha un
poco y me rasca el cuello enérgicamente. Me revuelvo, salto, corro, hago pis,
vuelvo a su lado. Seguro que hoy salimos a dar una vuelta. ¡Bien!
Entran en la casa, no me separo de ellos.
Saludan a Fina y a Rosa, se besan, charlan animadamente. ¡Uy! Creo que he
tirado algo de la mesa con el rabo. Todos se apresuran a recogerlo, se ríen,
menos mal.
Llega la hora de comer. Todos se sientan a
la mesa. Huele que alimenta, hoy Fina ha hecho pollo asado. Me tumbo a una
distancia prudente y espero pacientemente, incluso me quedo un poco dormido. De
repente, oigo el sonido de platos y cubiertos. Fina se levanta de la mesa. ¡Es
mi turno!
Después de la comida y otra siesta ligera
en el porche, veo que ella se va al césped, mi césped. Extiende una toalla y se
tumba sobre ella. Voy corriendo. Me acaricia la cabeza, me rasca el lomo, me
peina el pelo con sus dedos. ¡Ráscame, ráscame, no pares! Me tumbo a su lado,
me rasca la barriga. Ahora viene él. Me hace un poco rabiar, creo que tiene
ganas de jugar y yo... encantado. Le gruño, nos revolcamos, él se ríe. ¡Me
encantan los domingos!
Al perro más guapo del mundo
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