domingo, 9 de junio de 2013

Más que suficiente




  Tenía 6 años cuando todo ocurrió. Eran las primeras vacaciones de mi vida. Mis padres nunca salían a ningún sitio, no iban de viaje ni salían a cenar los sábados por la noche. Mi padre trabajaba sin descanso y mi madre se ocupaba de la casa como la mayoría de las madres en aquella época. Y no solían permitirse ningún capricho.
 
  Aquel año papá decidió que iríamos a pasar unos días en la playa. Yo era la menor de dos hermanas. Paula, la mayor, tenía 8 años.

  Llegamos sobre las 10 de la mañana de un caluroso sábado de julio. Mi madre nos había hecho madrugar para no viajar con el calor del mediodía. Enseguida convencimos a mi padre para dar una vuelta por la playa, aunque tampoco hizo falta mucha insistencia. Parecía que a él también le apetecía pisar la arena templada con sus pies descalzos.
- Vamos, nena, ven con nosotros- papá cogió a mamá de la mano para que nos acompañara. Ella ya estaba manos a la obra, deshaciendo el equipaje. - Deja eso para luego y ven.

  Los cuatro tomamos la calle que llegaba hasta el paseo marítimo. Nosotras corríamos de un lado para otro aunque sin separarnos a mucha distancia de nuestros padres. Por fin, al girar una esquina, apareció la playa ante nosotros. Yo nunca había visto el mar. Estoy segura de que mis pequeños ojos pardos se abrieron como nunca antes lo habían hecho.

  Nos descalzamos nada más tocar la arena. Yo me quité las sandalias y me olvidé de ellas, tenía otras cosas en las que pensar. Mi madre se encargó de ir recogiendo todo lo que íbamos dejando a nuestro paso. Paula me seguía a buen ritmo. Corrimos una detrás de la otra hasta la orilla. En cuanto el agua tocó nuestros pequeños pies, retrocedimos sobre nuestros pasos. Estaba fría y daba mucha impresión. Reímos, saltamos, salpicamos, gritamos. Vestíamos sendas camisolas de algodón de llamativos colores y ya las llevabamos mojadas hasta la cintura. Nuestros padres nos observaban unos metros más atrás con una sonrisa en sus caras y el corazón lleno de júbilo.

  A esas horas, ya empezaba a amontonarse la gente. Varias familias iban llegando a la orilla, colocaban sus sombrillas, hamacas y toallas, construyendo una especie de campamento para todo un día. 

  Yo estaba tan contenta… jugaba en la orilla con un rastrillo. Con las prisas, era lo único que habíamos cogido. Pero no necesitaba mucho más. Me di la vuelta para enseñarle a mi hermana la muralla que había construído antes de que la siguiente ola acabase con ella. Pero Paula no estaba allí. Me giré hacia el lugar donde se encontraban mis padres. Un par de sombrillas, neveras y mesas se interponían en mi campo de visión. Abandoné mi muralla y me dirigí hacia ellos.

- ¿Dónde está Paula, cariño?- me preguntó mi madre mientras me secaba el cuerpo con una toalla.
- No sé, mamá- yo estaba incómoda, tenía arena hasta dentro del bañador.
- ¡Cómo que no lo sabes! ¡Hace un momento estaba contigo!- mamá se levantó como un resorte y corrió hacia la orilla gritando.
- Eva, ¿dónde está tu hermana? ¿La has visto meterse en el agua? ¿O ir hacia algún sitio? - Ahora era mi padre el que me miraba fijamente y me sujetaba por los brazos.
- No lo sé, papá. Estábamos haciendo una muralla y, cuando me he dado la vuelta, ya no estaba allí.- Intentaba contener las lágrimas. Cuando mi padre me gritaba, automáticamente me ponía a hacer pucheros.

  Mis padres gritaron llamando a Paula, preguntaron a cada una de las personas que estaban a 50 metros a la redonda, hablaron con el socorrista más cercano. Mi hermana no aparecía. Hacía tan solo unos minutos que jugaba feliz en la orilla y era como si se hubiera vuelto invisible. Con la ayuda del socorrista, se pusieron en contacto con la policía, que enseguida se acercó al lugar donde nos encontrabamos. 

- No se preocupen. Una niña pequeña no puede ir muy lejos sola. La encontraremos.- Las palabras de los policías sonaban tranquilizadoras, pero mis padres, muy lejos de tranquilizarse, estaban más nerviosos por momentos. 
- No sé cómo ha podido pasar. Estábamos vigilándolas a pocos metros. Tan solo han sido unos segundos que nos hemos distraído y ha desaparecido.- Mamá ya no pudo contener la tensión y comenzó a llorar desesperada.

  Llegó la tarde y Paula seguía sin aparecer. La policía había montado un dispositivo de búsqueda por los alrededores. Yo no me había separado del lado de mis padres ni por un segundo. Mi madre me agarraba de la mano, en algunos momentos, tan fuerte que hasta me hacía daño. 
  Serían las ocho de la tarde cuando la policía pidió a mis padres que se acercaran a comisaría. Tratarían de recomponer los hechos, examinar paso a paso qué habían hecho hasta el momento de la desaparición e intentar encontrar alguna pista que les ayudase en su búsqueda. El sol comenzaba a ponerse por el oeste. En poco más de una hora la noche reduciría las posibilidades de encontrarla. La preocupación y el cansancio empezaban a hacer mella en todos nosotros. Atravesábamos una zona residencial a pocas manzanas de la comisaría, cuando vi salir a una niña del porche de uno de los chalets. La niña iba impecable, recién bañada, con un vestido blanco, corto, y el pelo todavía húmedo recogido en una coleta. Iba de la mano de una señora. Ésta era alta, corpulenta, también iba muy arreglada, con una falda marrón y tacones altos. Mi expresión debió de cambiar por completo en aquel instante. ¡Era Paula! Esa no era su ropa, ni conocía de nada a aquella señora que la acompañaba, pero aquella, sin lugar a dudas, era mi hermana mayor. 

- ¡Mamá, es Paula! ¡Es Paula!


  Mis padres no presentaron cargos contra la señora. Cuando pidieron una explicación, la señora se apresuró a contarles que había encontrado a la niña sola por la playa, desorientada, no sabía dónde se alojaba ni cómo encontrar a sus padres. Ella la había llevado a casa, la había aseado y se dirigía a comisaría para pedir ayuda a la policía. Nunca creyeron las palabras de la señora, más bien parecía que se la había llevado, "disfrazado" y no tenía intención en absoluto de buscar a su familia… pero tal fue la alegría de recuperarla que decidieron que nos fuésemos de allí cuanto antes y olvidar aquel terrible suceso. Ni siquiera hicimos noche en el apartamento, enseguida cogimos todas nuestras cosas y volvimos a casa sin más demoras.

   Han pasado 30 años y todavía recuerdo la angustia que vivimos aquel 13 de julio. Mis padres no volvieron a irse de vacaciones, nunca más salieron de viaje. Habían tenido más que suficiente.




Historia inspirada en hechos reales






 

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