Me giré al
escuchar sus pasos. Paco acababa de entrar en los vestuarios del club. Yo ya
llevaba un buen rato preparando todo lo necesario para nuestra escapada. Cada vez que me enfundaba el neopreno, me
acordaba de mi primera vez. Era una de esas cosas que tenía en mi lista
de cosas que hacer algún día. Fue a principios de un septiembre
inusualmente caluroso cuando me decidí a probar y me apunté a una escuela de
submarinismo. No podía evitar sonreír cuando recordaba cómo me había
despellejado los nudillos al estirar del traje para metérmelo por las piernas
sin conseguir que pasara de las rodillas.
- ¿Estás preparada? Hoy va a ser un gran
día -Paco había sido mi instructor desde el principio. Aquel día lucía una
sonrisa radiante. Era bastante guapo y muy agradable. Yo me sentía segura a su
lado y disfrutaba mucho de su compañía.
- Estoy lista. Salimos cuando quieras -había
hecho aquella inmersión muchas veces, pero seguía sintiendo las mismas
mariposas en el estómago en cada ocasión.
Serían las 11 de la mañana cuando llegamos
a la reserva de Islas Hormigas, a unas dos millas del puerto de Cabo de Palos. Una
vez todo estuvo colocado en su sitio, botellas a la espalda, pesos en la
cintura y aletas en los pies, nos sentamos en el borde de la embarcación. Nos miramos,
contamos hasta tres y nos dejamos caer.
El agua estaba fría, aunque apenas lo
notaba a través del neopreno. Pasados unos segundos, siempre pasaba lo mismo: mi
cuerpo se relajaba, dejaba atrás los nervios y el miedo y una sensación de
absoluta paz me invadía. Ya no escuchaba nada, tan solo el sonido de mi propia
respiración.
Enseguida nos topamos con las primeras
doradas, un par de sargos parecían ejecutar un perfecto baile sincronizado e
incluso avistamos varios espetones, morenas y hasta una tortuga. Nadamos
pausadamente junto a una pared de varios metros de hermosos corales. Los
animales, sintiéndose seguros, campaban a sus anchas entre nosotros. Si estirábamos
un poco los brazos, casi podíamos llegar a tocarlos.
A 27 metros de profundidad, alcanzamos
nuestro objetivo: el pecio Naranjito. Mágico, misterioso y lleno de vida, el
mercante hundido descansaba sobre un lecho de arena y recibía la visita de
curiosos de cuando en cuando. Recorrimos el barco de proa a popa, rodeando con
cuidado pasarelas y huecos. Una pareja de enormes congrios había encontrado
allí un excelente refugio. Me acerqué a la zona de la bodega. Sabía que era
peligroso, podía engancharme o cortarme con cualquier hierro corroído, pero la
curiosidad fue más fuerte que la prudencia. Me asomé al interior del casco y vi
algo de un color llamativo. Allí dentro había una botella de oxígeno. Giré un
poco el cuerpo para mejorar el ángulo de visión. El corazón me latía frenético.
Pegado a la botella, yacía un cuerpo, un cuerpo humano. Estaba oscuro, pero no
había duda. El cuerpo sin vida de un buceador se distinguía entre los
sedimentos. Quería gritar, buscar ayuda, pero allí abajo eso era imposible. Me
temblaba todo el cuerpo y casi no podía mover las aletas. Me concentré en el
sonido de mi respiración para intentar calmarme. Nadé con dificultad hasta mi
compañero y entendió al instante que algo pasaba cuando vio a través de las
grandes gafas mi mirada aterrorizada.
Dos horas más tarde, varias decenas de
curiosos se aglutinaban en el puerto. Yo no había dejado de temblar desde que
salí del agua, a pesar de que un enfermero me había enrollado en una toalla
enorme y la temperatura rondaba los 30 grados. Paco me rodeó con sus brazos, yo
me dejé abrazar.
- No saben con seguridad de quién se
trata, pero se especula con que podría ser Mario Arnedo, hijo del conocido
empresario Domingo Arnedo. Desapareció a principios de primavera y seguía sin
saberse nada de él. Por lo visto, era aficionado al submarinismo, pero aquella
mañana salió de casa sin decir a dónde iba. Cuando la familia denunció su
desaparición, los buzos de la Guardia Civil hicieron una batida por la zona,
pero no encontraron ni rastro del chico. Parece ser que, al no encontrar
acompañantes para su incursión, decidió sumergirse sin más compañía que la de
la inmensidad del océano.
En esos momentos, una lancha de la Guardia
Civil atracaba en el muelle. Bajaron el cuerpo envuelto en una bolsa. Cerré los
ojos, incapaz de seguir mirando.
Chulisimo! :) ...esperamos acompañarte en muchas aventuras mas.
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