Su disfraz estaba preparado, perfectamente planchado
y colgado de una percha. Este año
sorprendería a todos, no cabía la menor duda.

Su mirada permaneció fija en la ventana. De repente,
la tenue luz incrementó su intensidad. La curiosidad iba en aumento, aunque el
miedo y probablemente el frío, paralizaban sus extremidades. En un segundo de
valentía, o quizá de locura absoluta, Mara cambió el rumbo de sus pasos y se
dirigió hacia la casa. La puerta se encontraba abierta, como invitándola a
entrar. Gruñó un poco al empujarla, como en las mejores películas de terror, y
entró a la recepción. Sin moverse del sitio, echó un vistazo a su alrededor,
puertas a derecha e izquierda daban acceso al salón y otras estancias; justo
enfrente, una majestuosa escalera invitaba a acceder a la primera planta.
Sin pensarlo dos veces, porque si hubiera
recapacitado por un segundo habría salido corriendo de allí, subió la escalera.
Más o menos a la mitad, encontró tres o cuatro peldaños rotos, tuvo que dar una
gran zancada para salvar el peligro. Siguió subiendo, empezaba a percibir la
luz, que se colaba por la rendija de una puerta a medio abrir. Llegó al primer
piso, sus pasos sigilosos la acercaron a la habitación de donde provenía
aquella luz. Empujó la puerta con sumo cuidado, muy despacio, vio una lámpara
encendida sobre una mesa, suntuosa, de otra época. Terminó de abrir la puerta,
la habitación estaba vacía, a excepción de la mesa y la lámpara… y un sillón,
en un rincón, pegado a la ventana. Mara se fue acercando despacio, sin hacer
ruido, le pareció oír algo. En ese momento, se dio cuenta de que había alguien
sentado en el sillón. Una mano descansaba en el reposabrazos. Mara se dio media
vuelta, quería salir de allí. De pronto, una risa histriónica rompió el
absoluto silencio de la casa.
-
Maravillas,
llevo tanto tiempo esperándote… - una voz grave y profunda se dirigió a ella,
los temblores la tenían paralizada.- No tengas miedo, disfruta de la fiesta.-
Las luces de la habitación se encendieron de
repente, varias personas salieron de los armarios, otras entraron por la
puerta. El hombre del sillón se puso de pie, llevaba una máscara blanca
inmaculada, unos enormes ojos verdes, como aceitunas, se adivinaban a través de
los agujeros.
-
¿Quién
ha sorprendido a quién, Maravillas?
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